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Muchas veces me he congratulado del acierto de gobernantes y parlamentarios asturianos de no 'obsequiarnos' con otra universidad. Ni pública, ni privada. En el primer caso porque, aunque se hiciera una segregación, lo que es innecesario con buenas formas de desconcentración, se acabarían restando recursos ... a nuestra austera institución de educación superior. Solo la organización administrativa cuesta un pastizal y cuanta menos burocracia duplicada, mejor. En el caso de las privadas, hasta un recentísimo estudio del Ministerio de Universidades ha revelado que, con honrosísimas excepciones, ni investigan ni tienen el profesorado adecuado en cualificación homologada y en horas de dedicación.
El caso es que bastante complicada es ya nuestra querida Universidad de Oviedo como para buscarnos más problemas financieros y logísticos. Tenemos grandes edificios, de los que destacan el fundacional, de traza original de Gil de Hontañón, donde hace décadas que no se ofrecen enseñanzas regladas y, para mí, la Laboral, de Luis Moya, que no es de la Universidad y la Facultad Jovellanos está allí de huésped. Estamos guapos. Luego sí, hay numerosos equipamientos de grandes arquitectos, como Álvarez Castelao (con numerosos problemas de mantenimiento) o del recientemente fallecido Nicolás Arganza y edificios antiguos recuperados para usos académicos. Pero un montón de centros desconectados, incluso para unas mismas titulaciones, como ocurre con la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud, lo que es un fracaso por más que se busquen justificaciones. Llevamos décadas queriendo ordenar este barullo, pero el fracaso en ostensible. Confiemos en los nuevos dirigentes universitarios y autonómicos, porque, a fin de cuentas, el dinero lo pondrá el Principado, o sea, toda la ciudadanía astur, universitaria o no.
Se han hecho otras muchas cosas mal, sin duda por falta de recursos. Segregar a kilómetros la Física de la Química; potenciar el carácter universitario de mi Mieres materno poniendo antes el carro que los bueyes; excluir -con la pertinente duplicación- que la Laboral fuera la envidia de la Universidad española; crear titulaciones casi idénticas en lugares distintos... Tiene todo mal arreglo, por más que surjan noticias o globos sonda del interés del Principado por el abortado campus de Llamaquique o por la expansión -que algunos defendimos hace décadas- de las instalaciones universitarias del Cristo en los terrenos del viejo hospital.
Todas estas cosas, que contrastan con el prestigio de ingenieros y científicos experimentales y sociales de nuestra universidad, me entristecen porque uno siempre desea lo mejor para lo que más quiere. Y aún apenan más en el panorama desolador que ha traído la pandemia y los consiguientes estados de alarma. Desde la declaración del último, hace seis meses, ya todas mis clases, teóricas y prácticas, son telemáticas y los alumnos, que no encienden la cámara, son círculos con unas iniciales o, a lo sumo, un nombre debajo. Los edificios están casi vacíos y las relaciones entre el profesorado son casi inexistentes, lo que no es buena cosa para la investigación en equipo, por más comunicaciones que la informática permita.
Esta semana que comienza mañana, lunes, es la última de clases en toda la universidad y coincide con el final y las inciertas secuelas del estado de alarma. Tras una semana, en blanco en el calendario, comienzan los períodos de exámenes. Muchos de ellos, como ya ocurrió en diciembre, presenciales, aunque con todas las garantías. Con todas, menos la vacunación, porque los enseñantes universitarios, como tales, no existimos cuando, como es mi caso, vamos a examinar, cara a cara, a docenas de esos jóvenes a los que se advierte desde los poderes públicos -no diré que se demoniza- que pueden ser los causantes de una cuarta ola con sus reuniones sociales, botellones y demás. Porque las criaturas de primaria no suelen ir con licores 'de garrafón' los fines de semana, aunque de sus enseñantes sí se acuerden, muy justamente, para la vacunación. En fin, todo llegará y ahí está la esperanza de la ciudadanía, de los heroicos sanitarios y de la destrozada economía.
En cuanto a la Universidad no veo forma de sanar o inmunizar milagrosamente los males que acumula. Únicamente, las medidas preventivas de no hacer más frivolidades y la paciencia y prudencia en la gestión de quienes la gobiernan.
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