![Descenso demográfico y crisis de la familia](https://s2.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202102/25/media/cortadas/62440901--1248x1808.jpg)
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El descenso demográfico es un problema muy complejo. Intervienen en él muchos elementos que conviene relacionar. Por un lado, existe un aumento de la población mundial y unos flujos migratorios que los países desarrollados deben encauzar mediante políticas de inmigración, que permitan, a la vez, ... disminuir la inmigración ilegal, intentar regular esos flujos migratorios y, así, equilibrar la balanza de nuestra baja natalidad. Esa podría ser una posible solución. Por otra parte, hay factores endógenos que debemos abordar y que contribuyen al declive demográfico en nuestro país.
Va siendo hora de que nuestros gobernantes se tomen en serio el impacto que sus políticas tienen sobre el matrimonio y la familia. Deberían ir pensando -aunque se están dando algunos tenues pasos- en crear políticas laborales que tengan en cuenta la realidad de la vida familiar y la necesidad de que los padres -al menos uno de ellos- puedan dejar el trabajo durante algún tiempo y volver a incorporarse cuando los hijos hayan crecido. Los horarios tienen que ser más flexibles para poder conciliar familia y trabajo, y debemos dotarnos de un sistema impositivo que favorezca el matrimonio, la crianza de los hijos y permita a las mujeres y a los hombres elegir entre cuidar a sus hijos o pagar un servicio profesional de atención a los niños, que muchas parejas no pueden asumir porque sus exiguos sueldos no se lo permiten. El cuidado de los niños se encarga a los abuelos, que no les corresponde, en vez de solventarse mediante una red de guarderías públicas baratas o bajas remuneradas a los padres. Vivimos en un mundo en el que la negativa a confiar y creer en un futuro mejor acarrean indefectiblemente la negativa a tener hijos. Por eso, la política debe actuar sobre las causas para soslayar los efectos y sus fatales consecuencias en la pirámide de población.
Destacaré varias causas de nuestra baja natalidad. La primera es la temporalidad en el trabajo. Las parejas no tienen ingresos asegurados porque la sociedad ya no ofrece, salvo algunas excepciones, empleos fijos. El trabajo flexible del capitalismo globalizado, que consiste en ir de un empleo a otro y ganarse la vida a medida que los procesos económicos van cambiando, hace que malamente nos podamos enrolar en la aventura de comprar una vivienda. Los alquileres son caros y firmar una hipoteca es un riesgo que da miedo y genera ansiedad. Del mismo modo, tener hijos es una decisión y dar ese paso implica muchas consecuencias y, por lo tanto, es una opción de las más estresantes. Decía Zygmunt Barman, en su interesante libro 'Amor líquido': «Armar una familia es como arrojarse de cabeza en aguas inexploradas de profundidad impredecible. Tener que renunciar o posponer otros seductores placeres consumibles de un atractivo aún no experimentado, un sacrificio en franca contradicción con los hábitos de un prudente consumidor». Tener hijos significa reducir nuestras ambiciones profesionales, porque, no nos engañemos, la sociedad en la que vivimos es profundamente individualista y se priorizan los logros personales frente a los de relación. La solvencia económica, el éxito en el trabajo, la libertad personal y los propios deseos, a veces son contrarios a compartir la vida con otra persona. La cultura actual nos impulsa hacia la independencia, en detrimento del compromiso duradero, requerido para embarcarse en la crianza de los hijos. Solicitamos mucho de nuestra pareja. Pedimos que nos haga felices, que podamos realizarnos profesionalmente, la igualdad en el reparto de las tareas domésticas, comprensión, completo entendimiento y satisfacción sexual. Tan altos niveles de exigencia emocional suelen ser fuente de insatisfacción, desilusión y desengaño, lo que conlleva la ruptura cuando no lo logramos.
Un segundo elemento a tener en cuenta, según nos muestran las estadísticas, es que están creciendo exponencialmente las personas que deciden vivir solas. Debido a la tendencia a posponer o a eludir la convivencia en pareja. En estos tiempos convulsos, el matrimonio y la vida en pareja es fácil desecharlos en el momento que no nos satisfacen. Existe un miedo irracional al contacto prolongado con el prójimo, que supone sujeción y pérdida de libertad. Las posibilidades vitales son la sustancia misma de la vida familiar y éstas se hacen difíciles cuanto menos favorables sean las condiciones económicas. Los valores han cambiado: casarse, permanecer unidos y tener hijos se convierten en una elección libre de cualquier idea de obligación; el único matrimonio buscado es el que dispensa bienestar.
Un tercer elemento a destacar es que el modelo clásico de familia nuclear, formada por padre madre e hijos, se encuentra en claro retroceso. Hoy nos encontramos cada vez más con familias monoparentales, como consecuencia de separaciones y divorcios, donde los hijos viven con uno de los padres. Familias homosexuales, en las que poder tener hijos es una imposibilidad biológica, aunque puedan recurrir a bancos de semen, hijos adoptivos o vientres de alquiler, pero no es sencillo debido a las trabas burocráticas que conllevan. También existen familias reconstituidas, donde cada uno de los padres aportan hijos de otras relaciones y que, obviamente, ya no se plantean tener más arrapiezos.
En definitiva, intentar solucionar el conflicto por el que atraviesa la vida en pareja sería una posible medida para invertir la pirámide, pero en este crepúsculo de relaciones humanas es harto difícil. No hay manual de instrucciones. La vida en pareja está siendo devastada, sus miembros se han convertido en átomos dispersos. Para construir una familia tenemos que buscar la pareja entre la muchedumbre como animales hambrientos de relaciones, guiándonos por el 'olfato' o el instinto. Ahora, ni siquiera se liga en los bares, sino en internet. Lo que hace de nosotros un conjunto de yoes vacíos, abstractos, huecos, atiborrados de retazos y fragmentos. Es muy fácil equivocarse en la elección, por eso estamos cada día más inseguros. El sistema económico nos ha robado el futuro y nos instala en un presente continuo, situándonos ante una pura acción-reacción, impidiéndonos construir la vida como proyecto y la trama existencial se ha convertido en pura evasión. ¿Cómo podremos reconstruir la vida en pareja y tener descendencia, como una isla armónica, en una sociedad terriblemente individualista y decadente?
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