Hay dos certezas sobre el futuro de las corridas de toros en España. Una, que tienen fecha de caducidad, y posiblemente más por errores propios del sector que por otra cosa. Y dos, que la fecha será más lejana cuanta más prisa se tenga en ... acabar con ellas. El mundo del toro lleva años languideciendo y sólo parece reaccionar cuando recibe un pinchazo en mal sitio. Aunque los tiempos han cambiado, y hoy en día se quiere más a los animales que a las personas, no es tan fácil dar cerrojazo a los festejos taurinos.
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De hecho, allí donde ha dejado de haber ha sido más por una cuestión de rentabilidad que por otra cosa. Aunque haya trascendido una versión diferente, en Canarias no se prohibieron: era una ruina llevar las corridas hasta allí para las entradas que se vendían. Y en Oviedo, pese a que su primer edil haya expresado que son más de Puccini que de Morante, lo cierto es que lo que fue la plaza es hoy una selva amazónica, sobre todo, porque las cuentas no salían ni saldrán. Y cuando la prohibición ha venido por motivos políticos puede pasar como en San Sebastián, que el veto a los festejos taurinos, explicado con conceptos titubeantes como las declaraciones a la salida de un after, duró mientras Bildu ocupó el gobierno municipal. Ni un día más.
Quiero decir con todo esto que si realmente se tenía la voluntad de acabar con los toros en Gijón había caminos más sencillos. Se podría haber establecido un nuevo pliego con unas condiciones leoninas o, directamente, mostrar las cifras de mascotas y de niños censados en esta villa marinera, realmente contundentes. Sacar a colación dos nombres de reses como gota que colma el vaso es un argumento algo peregrino. En la feria de 2019 hubo morlacos de nombre 'Sevillanito', 'Pintor' o 'Segador' sin que llegara desde la Cartuja una declaración de guerra ni nos llovieran bombas de aguarrás ni un ejército de labriegos cargara, hoces en mano, contra la casa consistorial. Los nombres de estos toros de 2021 no tenían ninguna gracia. Cierto. Como también es cierto que son cosa del ganadero, no del empresario y que, además, se conocían antes de salir al ruedo.
Desviar el debate hacia la partida de nacimiento de dos toros es, valga el símil taurino, fallar con el descabello. Suele pasar por querer hacer las cosas sin acercarse mucho y el efecto, frecuentemente, es el contrario: avivas al moribundo. Si al final pasa eso, es más fácil que te den el tercer aviso y acabes tratando de esquivar almohadillas.
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