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Nos encontramos en una situación difícil para resolver este desatino energético. La rebelión de los transportistas es, en el fondo y la forma, el problema de todos, que hace tiempo deberíamos habernos movilizado para exigir soluciones al desorbitado precio de la electricidad y los carburantes ... y a la inflación galopante. Las políticas llevadas a cabo por la UE para paliar el cambio climático hacen aguas. La transición ecológica es un auténtico fraude. Me recuerda aquel cuento chino que decía que algunos creían tener montada una tienda porque habían puesto el rótulo en la puerta del establecimiento, pero dentro no había nada, puro humo. Y así estamos, atravesando una crisis de aúpa porque las nuevas energías limpias no acaban de llegar y las viejas no acaban de marcharse. En España, que somos muy listos, desmantelaron las centrales térmicas que quemaban carbón porque contaminaban mucho y seguimos colgados del gas y el petróleo, combustibles fósiles que no tenemos y nos hacen dependientes. Y vaya por delante que el problema no es una consecuencia de la pandemia y tampoco de la guerra en Ucrania, que pueden haber contribuido a agudizarlo, pero ya estaba ahí antes de esos dos sucesos y tienen que ver con las políticas energéticas llevadas a cabo desde hace años.
Según fuentes consultadas, hay que recordar aquellas palabras de un comunicado de la Comisión Europea, allá por 2008, que decían: «Un mercado único europeo de la electricidad y el gas verdaderamente competitivo produciría una bajada de los precios, una mejora en la seguridad de aprovisionamiento, un fortalecimiento de la competitividad y tendría además un efecto beneficioso sobre el medio ambiente». Increíble, la UE afirmaba según se puede inferir de estas aseveraciones, que los mercados, esos entes etéreos, lo permitirían todo: la bajada de los precios de la energía, la independencia energética y, además, apostillaban que aumentando las tarifas se incrementaría la competencia y así supuestamente bajarían los precios. Craso error: la UE fue cerrando las minas, la proporción de producción de energía nuclear en la generación de electricidad se ha mantenido fija desde los años 90 del siglo pasado, decreció la del petróleo y el carbón, pero el gas aumentó exponencialmente en la medida en que decrecieron las otras. Consiguientemente, la elección del gas para producir electricidad nos hace vulnerables respecto a los países exportadores, sobre todo si no se diversifican los proveedores. En 2009, el 75% del gas importado procedía de tres países: Rusia, Argelia y Noruega. Con el paso del tiempo Rusia se convirtió en el proveedor dominante. Si ahora nos cerrara el grifo el problema sería irresoluble. Por lo tanto, el problema de hoy es que la Comisión se olvidó durante todos estos años de que la economía está globalizada y la dependencia energética, que siempre tuvimos, ha generado un oligopolio de empresas privadas que son las que fijan los precios. La UE no creó una red de intercambio de electricidad porque no lo han permitido los intereses de estas mastodónticas empresas. Y así estamos, como en el cuento chino mencionado: antes de tener las energías limpias funcionando, fuimos eliminando las contaminantes antes de que las nuevas se pusiesen en práctica, un modelo insostenible.
Con respecto al transporte, las políticas de movilidad han sido igualmente erróneas. Retrocedimos en el uso de los medios de menor impacto ambiental (trenes, tranvías y transporte colectivo en general) se desmantelaron vías ferroviarias -la desaparición de la mítica Ruta de la plata es paradigmática- y se multiplicaron el uso del automóvil, el avión y el AVE, que concentran los mayores costes económicos y los más graves efectos ambientales. Dependemos en exceso del transporte de mercancías por carretera (camiones) cuyo consumo energético es mucho mayor que el del transporte por ferrocarril. Si añadimos el uso de turismos de gran cilindrada, cuyo consumo energético es casi dos veces superior al del avión, unas cuatro veces superior al del tren y unas siete veces superior al del autobús, la encrucijada energética está servida.
Y para terminar este desatino energético, me pregunto: en el caso de que tengamos que cambiar de coche, ¿cuál va a ser el coche del futuro? El coche eléctrico no parece viable ante los precios desorbitados de la electricidad y además ¿dónde los recargamos? Los puntos de carga son casi inexistentes. ¿No deberían estar ya desarrolladas estas infraestructuras? ¿Será el modelo del futuro el coche de hidrógeno? En fin, muchas incertidumbres y ninguna certeza. A ver si se aclaran. No pongan el cartel si todavía no tenemos la tienda.
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