A pesar de lo que dan a entender los anuncios de derrotas o repliegues rusos, hoy sus tropas ocupan una parte mucho mayor de Ucrania que la que le arrebataron en 2014, y que hasta la guerra suponía el 7% de su territorio (el que ... representa Aragón en España). En el mes de marzo de 2022 habían ampliado el dominio hasta el 22% del suelo ucraniano (lo que equivaldría en España a desgajar todo el noroeste: Galicia, Castilla y León y Asturias) y ahora se despliegan sobre el 17% del país vecino (han perdido Galicia). A lo que parece Rusia no estaba preparada para sostener semejante expansión. O no la necesitaba. O no era su propósito.

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Al comienzo de la operación militar especial fue habitual leer análisis en los que se pronosticaba una guerra relámpago, que acabaría en un gobierno títere instalado en Kiev. Como no fue así, algunos achacaron estos meses de guerra a un mal cálculo del Kremlin. Ahora, al cumplirse el noveno mes, se dice que el Gobierno ruso está empeñado en una guerra de desgaste, para dejar exhausto al país y a sus aliados desconfiados de que aquel aguante el envite. Las tropas rusas no lograron avances decisivos en el pasado, ni ahora parece que las ucranianas puedan progresar significativamente en las próximas semanas. Por lo tanto, la pelota explosiva sigue en el aire, desde donde cae en ciudades e infraestructuras críticas ucranianas. La incertidumbre sigue siendo máxima.

Mientras tanto, Europa replantea su proyecto geopolítico, la llamada transición energética, que no acaba de convencer a otros bloques como propuesta global, y aunque algunos de sus países perseveran en la brecha, otros, como Polonia o Alemania (el sexto país del mundo por reservas probadas de carbón), sin adjurar de la fórmula, realizan de hecho una moratoria en sus programas de descarbonización.

España es muy dependiente de otros para abastecerse energéticamente. Eso nos hace vulnerables en un mundo con diferentes visiones de su ordenación, que desencadenan un juego multidimensional y vertiginoso en el que los estados medios y pequeños, si están solos, se vuelven impotentes para asegurarse en forma eficaz el flujo petrolero y gasífero, del que por el momento no pueden prescindir.

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El desafío de Rusia no parece que sea solo a Ucrania. Es la sombra geopolítica que se cernía sobre Europa, que para no oscurecerse se ve obligada a ajustar la ecuación básica del suministro energético. La que sale de conjugar tres parámetros: sostenibilidad, competencia y seguridad del suministro. Y debe hacerlo tanto como bloque geopolítico (con consideraciones sobre la oferta), como por cada uno de sus países individualmente, mediante medidas internas sobre la demanda que resultan más efectivas de lo que se suele pensar, sobre todo si se combinan con una prudente gestión del cambio energético. Teniendo en cuenta que los más débiles necesitan mantener abiertas todas sus opciones energéticas y no deberían hacer ostentación del liderazgo explorador, que los más fuertes solo les conceden como tropa de choque.

En el reajuste interno del país es decisiva la ordenación del territorio. Si las áreas metropolitanas son los elementos finales del sistema, por concentrar actividad industriosa y residencial, es necesario asegurar su abastecimiento y acondicionar su demanda de energía.

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Pero tan importante asunto para la seguridad del país requiere un nivel de fiabilidad del sistema energético mayor que el provisto por el mercado, en el que el Estado, que incentiva la producción de energías renovables, debería intervenir, al menos para garantizar el margen de reserva con el que reaccionar a los sustos, a la vez que debe enviar señales adecuadas a los inversores para mitigar situaciones de carestía, evitar la especulación y asegurar la mejor localización de las instalaciones de generación.

Los mapas representan la generación y la demanda energética a fines de la primera década de este siglo en España. En el A) destaca la cumbre asturiana que con la pirenaica daba las cotas superiores de producción, mientras que en el B) los grandes consumidores son las áreas metropolitanas: Madrid, Barcelona, País Vasco, Valencia y... Asturias. Desde las dos perspectivas la contribución de Asturias es significativa, por lo que la preservación de sus instalaciones o su modernización eficiente se convierte en un asunto de importancia nacional.

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