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Australia nos coge muy lejos, sabemos poco de su actividad política y social, pero es un país serio. Lo está demostrando estos días ante el conflicto que ha planteado el tenista serbio Novak Djokovic, en su empeño por participar en una competición en Melbourne al ... margen de las medidas de seguridad que exige la prevención contra la expansión de la covid. Djokovic es un tenista excepcional, pero por donde quiera que va exhibe su prepotencia, siempre incentivada por su padre, que no tiene pudor en compararlo con Espartaco e irreverentemente hasta con Jesucristo. Entre sus ínfulas de superioridad, se considera que está por encima de la pandemia y es un activista fanático del negacionismo ante las vacunas. Cuando le advirtieron de que en Australia era necesario estar vacunado para poder entrar, hizo caso omiso. A él no se le podía poner la más mínima traba. Faltaría más.
Cuando se percató de que las exigencias sanitarias de la aduana eran drásticas, intentó escaquearse con todo tipo de subterfugios. Llegó a asegurar que ya había sufrido el coronavirus y tenía anticuerpos sobrados para ser inmune. El tira y afloja entre sus pretensiones de excepcionalidad y las autoridades enseguida dio la vuelta al mundo. Muchos de sus fans pusieron el grito en el cielo, empezando por el Gobierno serbio que demostró también el desprecio al cumplimiento de unas normas que afectaban a la salud pública. Era el respeto a las normas lo que estaba en juego, además del estímulo que transigir con sus pretensiones supondría para los negacionistas.
La opinión pública se dividió. Mientras unos se mostraban partidarios de que se accediese a sus exigencias, la mayoría de los medios de comunicación, partidos políticos, organizaciones médicas y administraciones públicas, exigían que se le impidiese salirse con la suya. O se vacunaba o no jugaba. Los tribunales de Justicia le dieron cierta razón partiendo del principio del derecho a la libertad individual, pero el Gobierno se mostró firme. Le mantuvo aislado en un hotel para personas en tránsito hasta que se aclarase su situación y finalmente adoptó la decisión de impedirle participar en el campeonato y deportarle. Fue sin duda una decisión polémica que seguirá dando mucho de qué hablar, pero también es un buen ejemplo de seriedad y, llevado a un nivel más popular, una derrota ante la chulería. Tener todos los éxitos que Djokovic acumuló en las pistas es un motivo para admirar su calidad, pero en ningún caso puede ser una razón para que pueda permitirse hacer lo que en cada momento le venga en gana.
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