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La algarada de los bolsonaristas brasileños, la intentona de golpe de estado que se preparaba en Alemania y el asalto, hace dos años, al Capitolio en Estados Unidos, deben ponernos en alerta. Tenemos el deber ineludible de utilizar todas las 'armas' de las que disponemos ... los demócratas para que las sociedades no involucionen. Siempre se dijo que las democracias son frágiles y hay que defenderlas. El desencanto por la democracia nace de la aceptación acrítica del discurso partitocrático. Nos hemos habituado a la corrupción y a la ausencia de democracia real en las instituciones, plagadas de clientelas afines al poder de turno. Nos vamos adaptando, mal que bien, a lo que sucede y aceptamos que nada se puede cambiar porque vivimos en una jungla en la que ha desaparecido la esperanza de que las cosas puedan mejorar. Pero no podemos permanecer impasibles ante el peligro que nos acecha y creer que estos acontecimientos son pataletas sin recorrido. Creer que la democracia es un sistema estable está muy lejos de la realidad.
En otro orden de cosas pero igual de preocupantes, son el ascenso de Vox en España, el triunfo en las elecciones de la ultraderecha en Italia y los éxitos electorales de los lepenistas en Francia. Son muestras evidentes de hacia dónde pueden encaminarse las cosas si no estamos atentos. El regreso de la ultraderecha es una posibilidad permanente que se activa cuando estallan los hilvanes frágiles de una sociedad. La amenaza que se cierne sobre las democracias no viene solo de los triunfos electorales de los partidos ultraderechistas (que también), sino que hay causas más profundas, que se encuentran en el proceso de desencanto por la política. Por supuesto, no estamos en el mismo contexto político, económico, social y tecnológico del ascenso de los fascismos en el pasado siglo XX. En el apogeo de estos estaban presentes la Revolución Rusa y el poder de los movimientos obreros que hacían posible una revolución en los países industrializados. Ya no contamos con estas utopías ideológicas universales, que nos hacían soñar, y los individuos se encuentran tan atomizados que se identifican con comunidades étnicas, religiosas, nacionalistas, devotos de la pureza, apóstoles populistas e ideologías parcelarias. Esta explosión de identidades genera grietas sociales, cuyo subproducto es una amalgama de minorías y grupúsculos empoderados que se odian entre sí. Por eso, la amenaza sigue ahí y puede ser tan grave como lo fue entonces. Los movimientos organizados de resistencia son casi inexistentes, estamos adormecidos y los medios tecnológicos para emponzoñar las sociedades son muy poderosos. La globalización económica y el capitalismo salvaje han engendrado muchos perdedores y precarios, y puede ser un factor a tener en cuenta. Un segundo factor es el crecimiento de la desigualdad en el mundo. Se ha instalado la idea de que estamos gobernados no por los políticos a los que votamos, sino por oligarquías en la sombra, que son los que realmente dirigen los ciclos económicos. Esto también contribuye al desencanto y la desafección.
El tercer factor que contribuye de forma muy relevante a estas revueltas antidemocráticas, tiene en su base la polarización de grupos que acaban generando bloques enfrentados. Existen en todas las democracias, y la tecnología de redes contribuye a aumentarlos. Mucha de la información (desinformación) que circula se ha independizado de la influencia de medios informativos serios, que relataban la veracidad. De la desinformación se aprovechan oligarquías políticas y económicas que, vestidas de demócratas, instrumentalizan la polarización. Así, ocultan sus corruptelas y desvían el foco de atención, para que nos distraigamos con fenómenos banales. El espacio público está vertebrado por las redes que captan nuestra atención y éstas apelan, sobre todo, a la variante más emotiva: la identidad que desplaza la verdad. Por eso es necesario que la búsqueda de la verdad sea el objetivo de la política, de la ciudadanía y de los medios informativos, como un requisito indispensable para que las democracias se encuentren sanas.
Que las sociedades involucionen y las camisas pardas, negras y azules regresen (nunca se fueron, permanecían latentes), porque ya han logrado resignificar los conceptos, articular los sentidos y manipular las 'cámaras de eco', influyendo en las clases depauperadas, dependerá de cómo se desarrollen las circunstancias y, sobre todo, de que sigamos adormecidos en el 'agua democrática', que se va calentando lentamente para que no saltemos y así nos pueden conducir otra vez al odio. El coctel de estos factores es perfecto para que volvamos adonde no deberíamos nunca volver. Nada hemos aprendido, cuando masas manipuladas, en el caso de Brasil, piden la vuelta salvífica de los militares y amenazan peligrosamente la democracia.
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