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Hace algún tiempo se me escapó en una conferencia que la democracia en los Estados Unidos mirada de cerca es una chapuza. Acababa de ser confirmado presidente George W. Bush, hijo, después de muchos tiras y aflojas en torno a unos centenares de votos creo ... recordar que en Florida. Al final fue el Tribunal Supremo, con varios miembros nombrados por su padre, el que decidió. Pero yo no me refería a ese caso sólo. Había estado de corresponsal en Nueva York seis años y había cubierto varias elecciones, empezando desde las primarias y caucus hasta cuatro convenciones presidenciales.
Algunas personas se apresuraron a rebatirme e incluso a acusarme de antinorteamericano, algo que nunca he sido ni veo razones para serlo. En los Estados Unidos hay muchas cosas buenas e interesantes, pero como en el resto del mundo también hay cosas que dejan mucho que desear. Nunca hay que mitificar. En materia electoral, por ejemplo, el seguimiento a ultranza de una tradición que se remonta a más de doscientos años merece elogios por la fidelidad con que se cumplen algunos principios, pero el resto es un sistema desfasado.
Estos días pasados se escucharon muchos temores a que las intermedias, celebradas en martes, salieran mal y pusieran en peligro la democracia. Leí comentarios al respecto que entendí y compartí al ciento por cien. Un conocido articulista de 'The Washington Post' decía que los Estados Unidos están empeñados en defender la democracia en el mundo y que actualmente lo que está ocurriendo es que la suya se halla en peligro. Ponía varios ejemplos, desde el intento de golpe de Estado en el Capitolio promovido por Donald Trump, hasta la confusión que reinaba en las vísperas de campaña promovida por los 'trumpistas' acusando del fraude electoral que según ellos dio la victoria hace dos años a Joe Biden,
A lo largo de la jornada, pequeños incidentes que se produjeron en diferentes Estados y ciudades hicieron temer que esta premonición de los catastrofistas se confirmase, pero felizmente el recuento de los votos lo desmintió. La práctica totalidad de candidatos a puestos elevados, como senador o gobernador, fueron derrotados. La llamada 'ola Roja' republicana que Trump esperaba convertir en punto de partida para su reelección en 2024 no se produjo. El recuento dejó constancia, eso sí, de que el Trump de tan lamentables recuerdos cuenta con seguidores fanáticos, dispuestos incluso a recurrir a la violencia, pero no pasan de ser un porcentaje escasamente significativo.
Puede decirse que este año pasó el susto, pero la conclusión que queda es que en la era de las nuevas tecnologías se impone adecuar los procesos electorales a los medios que permiten facilitar el voto y contarlos con total seguridad. El primer fallo de la democracia en los Estados Unidos es que para votar hay que pasar antes por el engorro de inscribirse, algo que la mitad de los norteamericanos no hacen. Como en las elecciones presidenciales el voto se dirime entre dos y los votos quedan bastante repartidos, el elegido presidente casi nunca alcanza el treinta por ciento de los sufragios. Y todo además de la complicación que supone el entramado de la elección a través de los compromisarios de los Estados.
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