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Los pasados días 9 y 10 de diciembre se celebró la 'Summit for Democracy'. Una cumbre virtual, auspiciada por el presidente Biden. Su objetivo es crear una plataforma duradera, centrada en el debate sobre los desafíos que encaran las democracias, permitiendo a líderes, sociedad civil ... y empresas intercambiar experiencias para defenderse contra el autoritarismo, la lucha contra la corrupción y el respeto a los derechos humanos. O al menos, esos son sus objetivos manifiestos.
En cuanto a los objetivos latentes emerge la que quizá constituya en los próximos años la principal batalla política y cultural a nivel global: democracia liberal frente a iliberalismos y autoritarimos. La pérdida de peso de Occidente a expensas de Oriente terminará con la Pax Americana de 1945, caracterizada por universalización de la democracia: fundación de la ONU y sucesivas oleadas democráticas -todo lo titubeantes e imperfectas que se quiera- en Europa Occidental y Japón, Latinoamérica y 'Tigres Asiático' y Europa del Este, hasta el descarrilamiento en Medio Oriente y el Magreb.
Todo apunta a que los Estados Unidos y, muy en especial, su presidente, alarmados por el retroceso democrático, se aprestan para el combate. Y que lo hacen por convicción, pero, sobre todo, buscando un vínculo atractivo que compita con la red de lazos económicos y comerciales, pero también culturales y, ahora, militares, que China está tejiendo a lo largo y ancho del mundo, sin preguntar por 'asuntos internos' de los países. Al contrario, el vínculo democrático tendrá que medirse con otro, el antimperalista, que parece marcar, siquiera en parte, y como leitmotiv, le estrategia china de alianzas.
Cabe preguntarse, sin embargo, si iniciativas de este tipo podrán contrarrestar lo que parece un declive democrático.
Primero, por la propia ambigüedad de lo democrático, un concepto aspiracional -aquello de Lincoln del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo- pero de compleja puesta en práctica. El concepto de democracia liberal asume un estado de derecho que asegure la elección de representantes mediante sufragio universal libre y secreto, separación de poderes, libertades civiles… Sin embargo, las últimas décadas han sido pródigas en regímenes que los politólogos no atinan a clasificar: sultanistas, híbridos… Todos ellos son formalmente democráticos pero, en puridad, la competencia política o la separación de poderes no alcanzan unos mínimos: es el caso de algunas naciones latinoamericanas, de Rusia o Turquía. Quizá de Polonia y Hungría. Una ambigüedad, en fin, que permite a China, el mayor (tecno) autoritarismo de la historia, decir que es también democrática. Y quizá, en un futuro, redefinir su concepto.
Segundo, por la propia debilidad de los Estados Unidos, que si durante décadas, y con todos los matices que se quieran, fue modelo tanto político como económico y, sobre todo, de estilo de vida, ahora sólo lo es para el 20% de los ciudadanos del mundo. Episodios como el gravísimo del pasado 6 de enero, con la toma del Capitolio por enajenados seguidores del presidente Trump, con larvado apoyo presidencial, o el propio mandato trumpista, tan atrabiliario como accidentado, no ayudan a liderar esa alianza democrática. Y que se suma al fracaso de EEUU en Irak y más recientemente. Afganistán, donde fue, justamente, y al menos oficialmente, a implantar y luego proteger la democracia. Por si fuera poco, en los propios EE UU surge un creciente apoyo a ideologías incompatibles, a priori, con la democracia liberal, como los populismos autoritarios o un vago concepto de socialismo, impensable hace un cuarto de siglo. Queda por saber si el debilitamiento se acentuará con posibles fiascos en Taiwán y Ucrania a cuenta de China y Rusia.
Tercero, por la tendencia al debilitamiento de la democracia en buen parte del mundo. Más allá de su retroceso en algunas regiones, son muchos los ciudadanos de democracias plenas que se plantean dudas sobre su representatividad y, por tanto, sobre su legitimidad e idoneidad como forma de gobierno. Asistimos a lo que se percibe como una instrumentalización institucional por parte de actores políticos con escasa representatividad: desde las grandes corporaciones a los identitarismos, desde los raciales a los de género o identidad sexual, pasando por movimientos nacionalistas o populistas. Son, con frecuencia, grupos intransigentes -ahí están las encuestas- incapaces o, cuando menos, reacios a aceptar el juego democrático de acuerdos más o menos transversales. Y favorecedores de fenómenos como el 'estado policial rosa' y la 'burocratización de la sexualidad', que anteponen el bienestar psicológico a las libertades civiles tradicionales. El resultado es una polarización en burbujas sociales, siquiera en la parte más visible y ruidosa de la sociedad, incompatible con el debate, la transacción y el pacto. Y, quizá por ello, muchas democracias son percibidas, crecientemente, como inoperantes. Algo que China está haciendo valer, mostrando, primero, su eficacia contra el covid y segundo, su dominio tecnológico, sea el 5G, la inteligencia artificial -que tan eficazmente empieza a utilizar como instrumento de control social- o en la industria armamentística o la aeroespacial.
Lo cierto es que, por ahora, el 'China's way of life' carece del atractivo que tuvo y tiene el estadounidense. Y que pensamos que nuestras libertades son más valiosas que la supuesta eficacia oriental e incluso que nuestro bienestar psicológico. Pero quizá no sea así en otras latitudes y, sobre todo, quizá no lo sea en unos años, en un Occidente cansado y escéptico, crecientemente incómodo en unas democracias incapaces de ofrecer trabajo, seguridad y la tranquilidad de un proyecto de vida a largo plazo. Más aún cuando todo apunta que China y Rusia se encargan de explotar nuestras debilidades apoyando sutilmente a movimientos antisistema, a una prensa crecientemente activista y, en general, todo aquello que pueda debilitar, aún más, nuestras sociedades.
En un mundo tan fluido, no sabemos qué nos depara el futuro. Polibio creía que todos los regímenes tienden a degenerar. Y que la democracia mutaba en oclocracia o tiranía de la muchedumbre, Y que a la democracia le seguía la monarquía (el gobierno de uno, nada que ver con la Monarquía constitucional) y de ahí se transitaba a la tiranía. Hoy, los gobiernos miden los estados de opinión de las redes sociales y atienden a movimientos más ruidosos que representativos mientras son percibidos como inoperantes. Sin necesidad de remontarnos a la antigüedad clásica, el siglo XX ha sido testigo de ciclos similares. En el periodo de entreguerras, la democracia fue cuestionada como sistema pretérito. Pero la II GM y luego la Guerra Fría disiparon cualquier duda. Claro que, entonces, EEUU era una nación triunfante y con un destino manifiesto. Y hoy las naciones triunfantes son otras.
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