Recuerdo los discursos del 'Mago' portador de buenos deseos con poso ético que oscurecía la llegada de Papa Noel; no entraba por la chimenea, sino por la ventana televisiva anticipo de la cena con belén al fondo, foto familiar, poco a poco retocada o recortada, ... pose fronto-lateral y sermón laudatorio de nuestra virtud afortunada de tener un rey como Dios manda aunque llegara por vía subterránea. Le recuerdo insistir en una justicia igual para todos, incluso para el yerno heladero, pillado con el carrito. Podía dudar de la institución, no de quien obró el milagro de convertir en fan al antimonárquico que hoy, marca distancias, pero jalea la vigencia de la institución; el ayer admirador pragmático resultó monárquico incondicional.

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Ignoro el mérito (si hubiera), pero extraña que ciertos gestos -por otro lado exigibles al cargo- concedan carta blanca u oscura tarjeta hasta imitar aquel concurso que ofrecía comodines, el del (poder) público, el de la llamada (del fiscal) anticipo de ayuda, o el del 50% si la contrición alcanza un calibre a la altura del fusil capaz de liquidar elefantes.

Ofende su estómago para no sonrojarse, el cinismo crítico con la paja ajena compatible con vigas propias, usar el cargo público para cuitas privadas, loar la virtud pública y cultivar el vicio privado justificado en la distancia entre persona y personaje, cuando lo uno abrió puertas a lo otro. El hábito no hizo al monje que mantuvo prácticas de viejo régimen típicamente hereditario. Primero mérito, luego emérito y, al fin, demérito. No deja de extrañar ese gesto tan común en quien tiene responsabilidad, el gusto por reinar... para otros, el afán de decir al público lo negado en privado, como si su encanto personal, el aire de galán o su talento innato solo le restituyera el fruto justo de su valía.

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