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No es casualidad que los dos episodios tragicómicos de asalto a los respectivos Congresos hayan ocurrido precisamente en Estados Unidos y Brasil. Son los dos estados más populosos de América. Por mera estadística, entre tanta gente siempre es más fácil encontrar descerebrados que movilizar. Pero ... esta es una simple cuestión previa, los mecanismos sociales que desencadenan el fenómeno son de índole más específica. Si en todo el mundo abunda la credulidad entre muy amplias capas de población, en los dos países en cuestión la credulidad es parte del folclore nacional, aunque con origen y manifestaciones muy dispares. En Estados Unidos -'En Dios confiamos'-, la autoridad competente hubo de difundir, no hace mucho, un comunicado tranquilizador acerca de la inexistencia de los zombis. En Brasil, las creencias de buena parte del personal dejan por discretas a las religiones más originales. A partir de esta base social operan los específicos factores desencadenantes.
En toda la historia de las sociedades organizadas los artistas -actores, escritores, docentes, políticos, clérigos- han sido siempre muchos menos que los espectadores. La emisión de aquellos, en sus diversos géneros, resultaba contenida por los propios límites de la comunicación dando lugar a situaciones no exentas de manipulación y fraude, pero acotadas y abarcables. Esto ya no es así. Internet y las redes sociales lo han cambiado, y no para bien. La comunicación ya no es lo que era hace pocos años: ahora todos podemos emitir al margen del rigor del mensaje, la hipertrofia oceánica de comunicación genera desconcierto y confusión; ante esto la opción defensiva del personal es refugiarse allí donde se le confirmen sus valores y sus creencias, lo que conduce al encapsulamiento ideológico y a la polarización social. Un paso más: si la verdad no nos gusta o nos molesta entonces la verdad no existe -en política o en biología, da igual- y podemos entregarnos a la 'posverdad', que es la mentira que nos conviene, y todos felices. En eso estamos y en eso Trump es maestro y Bolsonaro discípulo aventajado. Estados Unidos y Brasil son pioneros en un proceso de degradación social que no puede dejar de pervertir, a su vez, cuanto concierne a esas sociedades, particularmente el sistema político. La democracia como sistema político se resiente, pero va conviviendo con la desinformación y con la irreflexión de sus usuarios. Cabe dudar de que pueda soportar además la mentira sistemática y la mala fe, o peor aún la estupidez, organizada.
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