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En esta época, a mí lo que me gustaría sería escribir artículos con renos, de tono pastoril, con unos cuantos trineos y lugares comunes. Lamentablemente, el Gobierno nunca descansa en sus tropelías, y uno tiene que hacer su trabajo. Por ejemplo, constatar lo mal que ... lo tiene que estar haciendo el Gobierno (bueeeno, sí, añadimos lo de social-comunista-bolivariano, pero solo para la entregada afición) si ha logrado convertir a una política normalita como Ayuso, en prácticamente la Juana de Arco liberal. Los madrileños saben lo que hay, pero, claro, el contexto es el que es, y los madrileños no son gilipollas (no somos) y saben también perfectamente cuándo van a por ellos.
¿Cuánto estropicio no habrán hecho los independentistas cuando Rufián, tras toda una vida pidiendo un trato especial para los Països Catalans (el Pacto del Majestic, la asimetría fiscal, etc…) ahora quiere una, según su neolengua, «armonización»? Debe de escocer que los madrileños no se dejen intimidar (no nos dejamos), que no se enreden en calamitosos proyectos nacionalistas (la mayoría somos de fuera), que no nos permitamos el schadenfreude (la envidia por el éxito ajeno), porque trabajamos para tenerlo también nosotros en esta durísima capital (desde Felipe II, salvo los intervalos de Valladolid, 1601, y Cádiz, 1812, aunque parece que lo han descubierto ahora). Así que tenemos la bandera deshilachada de Ayuso, y nos colocamos en formación tortuga a su alrededor, pero no porque pensemos que va a cambiar la historia, sino porque tenemos claro que van a por nuestra dignidad (y nuestra pasta), así, al trantrán. Primero con un fracasado ataque mediático, y luego por el flanco tributario. No cuenta la seguridad jurídica de la capital, ni su éxito en la creación de empleo, ni su rechazo al casposo nacionalismo, ni su aportación al PIB nacional, ni los 4.000 millones con los que contribuye a la solidaridad interterritorial, ni que sea el reverso virtuoso de toda esa cáfila de independentistas, cuya deuda pública es superior en veinte puntos a Madrid (80.000 millones financiados a coste cero), con un déficit anual en pensiones de 4.000 millones (financiado por el Estado), y que han logrado que se larguen 6.000 empresas de sus predios, gracias a sus genialidades xenófobas. Normal que todo dios se marche a la capital, donde a filipinos, chinos, rumanos, marroquíes… y, por supuesto, a los que venimos de comunidades autónomas, no se les explica el 'hecho diferencial', porque aquí todos curramos como bestias y estamos abonados a San Judas, patrón de los imposibles, que le pides lo que quieres y te concede lo que le da la gana.
No, en Madrid no hay sambódromos, porque tenemos que pagar los onerosos alquileres, porque la competencia es despiadada, pero a cambio hay prebendas, y una capacidad de resistencia digna de 'El Glorioso'. Los bilduetarras, la extrema izquierda podemita, los separatistas y los socialistas que pierden el oremus con los paramentos del poder, tendrían que ser conscientes de que destechar Madrid sólo lo puede hacer el Diablo Cojuelo desde la Torre Bermeja, en la novela de Vélez de Guevara. Y respecto al 'dumping fiscal', que lo denuncien tipos como Rufián provoca la risa tonta, igual que si Nacho Vidal nos quisiera dar una conferencia sobre castidad. ¿Cabe, en algún momento, abrir un debate sobre el modelo fiscal y la financiación territorial? Seguro, cómo no, pero entonces empecemos por quitarle la capa de invisibilidad a lo Harry Potter que le han colocado a la foralidad vasca y navarra, que cuentan con un 80% más de recursos por habitante que el resto de España. Recordemos que la mitad de las pensiones vascas las pagamos los cotizantes españoles (eso le duele oírlo a los acólitos de Sabino Arana), o que el impuesto de sociedades de las pymes en el norte es cinco puntos más bajo. Todos estos cachondos que le bajan el pulgar a Madrid antes de tiempo, a lo mejor acaban como el emperador Valeriano, que se marchó a conquistar Persia y terminó como escabel del rey Sapor. En 'Madriz' es un poco como en Asturias: por las buenas, todos santos, pero si vas a portagayola, te vas a encontrar con una piedra de amolar. Lo saben bien los gabachos.
¿Y cómo veo yo 'Madrit'? Alguna idea tengo, después de veinte años por estos lares: Madrid es un lugar al que se viene a 'pretender y mejorar la suerte'. Madrid no es un sitio de cursis, Madrid te puede maltratar, pero si le aguantas el tirón también te muestra que existe un cielo lleno de huríes (aunque solo te deje meter la patita). En Madrid el éxito dura poco, como el fracaso, y que pase el siguiente. Madrid no admite ingenieros sociales, porque es la misma ciudad quien hace los experimentos como le sale de la concha, y cabalga contradicciones como quien cabalga un toro bravo. Madrid produce mucha melancolía y alguna euforia, pero a Madrid vienes llorado, así que ya cuentas con ello. La ciudad seguirá aquí cuando yo no esté y eso, como en el poema de Foxá, me produce un poco de pena, pero en Madrid se muere mucho, todo el tiempo, y no pasa nada. Ni siquiera Warhol pudo con Madrid: cuando llegó en los años 80, citó a Pitita Ridruejo para que le entrevistara en una habitación de hotel previamente destrozada, para escandalizarla, y ella no se inmutó y se sentó en la moqueta y allí comenzó a hacerle la interviú. Pobre Warhol: antes de él, en Madrid ya había estado Dalííííí, y el carpetovetónico Cela y Valle-Inclán y José Cadalso (que, trastornado por la muerte de su esposa, quiso sacarla con sus propias manos de la tumba) y el ingobernable Villamediana y el bestia de Quevedo, junto con los 8.000 burdeles del Siglo de Oro. O sea. Madrid es providencia y provisionalidad e improvisación. El secreto de Madrid es que vive y deja vivir, por eso eres libre, pero cautivo también de tu sino. En Madrid hay que mirar sobre todo hacia arriba y hay que poner la fe en tus sueños, porque la ciudad apenas te va a dejar fuerzas para depositarlas en nada más. Y así ha sido, desde 1083, en que se llamaba Magerit (Arroyito) y era musulmana, cuando durante el sitio de Alfonso VI unos valientes y descerebrados cristianos (eran mozalbetes) subieron por sus muros con la celeridad de felinos con la única intención de robar el estandarte moro de su astil. A partir de entonces, a los madrileños se les (nos) honró con el nombre de 'gatos'. Miau.
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