Entre los muchos aforismos atribuidos a Bertrand Russel, se cita con frecuencia su definición de los políticos como los individuos capaces de hacer lo posible imposible, justo lo contrario que los científicos. No puede extrañar entonces que un investigador metido en política se vea a ... sí mismo como un salmón. Otra cosa es que lo diga. El consejero de Ciencia del Principado incluso se ha atrevido a escribirlo. Su decálogo de las razones por las que la investigación no pasa de las buenas palabras a los hechos imprescindibles ha supuesto una vivisección de la Administración regional tan necesaria como infrecuente. La política española se ha refugiado últimamente tras los parapetos ideológicos, los discursos grandilocuentes y las decisiones cortoplacistas. Borja Sánchez ha metido el dedo en la llaga de la inacción con su crítica a la falta de presupuesto para la investigación, las trabas burocráticas e incluso la deslealtad de algunos funcionarios. No le falta razón.
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La pandemia ha logrado que más del 80% de la población española defienda aumentar la inversión -no lo llamemos gasto- en ciencia. Pero en política, las apuestas a largo plazo no dan rédito electoral, así que la innovación está más cerca de recibir el sobrante que lo imprescindible. Lo mismo ocurre con la maraña administrativa en la que casi todos los políticos acaban enredados, pero también los funcionarios. Algunos se rebelan. Existen quienes creen en el servicio público por más que el tópico diga lo contrario. Tan reales como los empeñados, en palabras del consejero, en estrechar aún más los «cuellos de botella» para no perder su cuota de poder, hacer lo de siempre, aunque ahora telemático, y mullir los colchones administrativos sobre los que descansan. Aunque la culpa no es suya. Los barrotes de la administración los ha construido la política con dedicación. En no pocos casos, como un refugio de retaguardia. Así que muchas veces son los propios antes que los ajenos los que ponen el palo en la rueda a quienes, como el consejero Borja Sánchez, llegan con la loable intención de cambiar las cosas. Precisamente para eso se eligen los gobiernos. No tanto para decirnos lo evidente como para hacer lo necesario.
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