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Hay quienes ven el mundo dividido entre los países que se contraen y los que crecen. La contracción se da en el campo y ahora también en la ciudad. Se refiere a la desvitalización social, que avanza de la mano del envejecimiento, la desnatalidad y ... la consiguiente caída de la población. Y a la descapitalización física, que va de la mano de la obsolescencia de lo construido. El pack completo puede verse en algunas ciudades rusas, se vio en otras americanas y hay quien piensa que en algunas mineras cercanas. Pero la contracción no viene sola, no afecta únicamente a las articulaciones. También se tira a la cabeza, y produce enajenación. Todo junto da decadencia. Que significa caída, deterioro, retroceso, falta de determinación, malos hábitos. Dentro de su imprecisión tiene un significado de conclusión, de ciclo agotado. Que para los territorios se nota en el estancamiento económico, el deterioro institucional y el agotamiento cultural. Pero en un ambiente de bienestar material y desarrollo tecnológico. Por eso nos chocan las palabras de los augures que aseguran que nos lanzamos en picado al abismo. Más simple y evidente es que nos estamos haciendo mayores. Parece que es un fenómeno global. Pero hay decadencias doradas. Si alguien lo duda que compare si prefiere tasas de crecimiento de país africano o las de Europa. Un país puede ser decadente, estar al borde del abismo y no caer en él.
La clave para Asturias es saber si la inestabilidad de la decadencia es controlable, sostenible, o si el deterioro puede acelerarse y caer repentinamente en el caos. A favor de esto último juega la repetición complacida; la esclerosis compartida; la falta de determinación, al pensar que no podremos seguir el ritmo del partido que vemos en la pantalla. Sin embargo, la vida ni aquí y ni allá cambia con la velocidad de Facebook; sigue teniendo soporte real.
Asturias no está ante la decadencia irremediable. Su crecimiento se desaceleró en la década de 1970, como en otras partes. Cuando dejó de crecer compartió la Euroesclerosis de los ochenta, pero con rasgos propios, los que ya señalaba Ortega en 1932 en el teatro Campoamor, cuando llamaba a los asturianos a ser más transitivos como pueblo. Allí dijo que el asturiano va derecho a las cosas, con mente clara, que emplea para socializarse en todos los ambientes del mundo; pero como pueblo y en su tierra se ensimisma satisfecho. No quiere más. Y no le faltan razones. Pero eso no le parecía bien al filósofo, que les pedía que compartieran su visión con el resto de los españoles. El llamamiento lo hacía en un año en el que el presidente Azaña defendía ante las Cortes el estatuto catalán, y quizás Ortega viera la necesidad de contrabalancear la visión de la que este surgía con la que los asturianos tenían de España. Como remoloneaban ante la tarea, él lo achacaba a su carácter «intransitivo», y no porque no tuvieran nada que decir, sino por su tendencia «natural» al ensimismamiento autocomplaciente, que estalla en ingenuos alardes cuando rebosa. Hoy Asturias necesita de la interacción con los demás. Hay un nuevo ciclo, cargado de retos, que la región no debe aspirar a resolver trabajando sola y dentro de sus estrechos límites, sino cooperando con los vecinos. Sin caer en el victimismo, que alimenta el nacionalismo, pues al asturiano nadie le roba, si no se deja.
Este talante generoso, abnegado e ingenuamente orgulloso es el que Ortega veía como exportable, y es el que también ven grandes compañías multinacionales asentadas aquí, que reclutan sus equipos técnicos y directivos entre jóvenes suficientemente preparados. Funcionan muy bien y se acoplan perfectamente. No tienen que impostar, les sale solo. Por haber respirado la atmósfera que han creado otros. Que antes fueron jóvenes y que aquí emprendieron el camino de crear grandes empresas. En la industria siderúrgica, metalmecánica, de construcción naval, de la energía, a las que en su momento supieron darle su sublime toque. El mismo que hoy las empresas recibirán de los jóvenes que han logrado interiorizar el conocimiento tecnológico para alejarnos del borde del abismo. Reclamar innovación es dar prioridad a los jóvenes, pero no con un cheque en blanco, sino con la responsabilidad de hacerla llegar a las empresas. Compartimos decadencia con los demás, pero hay pilares propios sobre los que apuntalar la sostenibilidad del país. Y aquí se encuentran por todas partes. Tienen nombres y apellidos. Solo hay que querer mirar. Son los que mantienen encendidas las luces de Ciudad Crespúsculo.
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