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En estos últimos días se ha reverdecido una polémica vieja sobre la formación con la que los estudiantes llegan a la Universidad, acompañada por las distintas posturas sobre el grado de exigencia y, cómo no, sobre la pertinencia y escasa dureza de las pruebas selectivas ... de acceso a la enseñanza superior.
En este mismo diario ha habido opiniones, sobre algunas de estas cuestiones mucho más autorizadas que la mía, que, aunque llevo toda la vida en la Educación y provengo de familia de enseñantes, nunca me he atrevido a dogmatizar sobre cuestiones ciertamente vitales, ya que la instrucción es la gran herramienta de la vida.
Parece que ha causado sobresalto que el Consejo Social de nuestra Universidad expresara, no siendo la primera vez, que el alumnado llega a los campus con formación inidónea para lo que se pretende. Y a ese hecho se anudan muchas consecuencias, como el abandono precoz de las carreras, la dureza o facilidad para superar las asignaturas, las famosas notas de corte estratosféricas que matan vocaciones o la disparidad de listones entre comunidades autónomas o entre universidades.
Vaya por delante que, no creyéndome un cascarrabias, nunca me convencen las reformas educativas. Ni las de unos ni las de otros. Creo, sinceramente, que, al margen de planteamientos ideológicos (y, en ocasiones, sectarios), es un error de bulto dar tanto peso a la hora de abordar modificaciones en este campo tan delicado, a los teóricos de los despachos de ministerios o consejerías. Bien está la Psicopedagogía, pero transmutar el parecer de funcionarios alejados desde tiempo inmemorial de las aulas en contenidos obligatorios del BOE, me parece un error. Y, como yo, piensa una legión de docentes a los que rara vez se les hace caso. He oído multitud de juicios, ideas y sugerencias a profesionales de la Primaria y la Secundaria que me han parecido de una lucidez insólita, de una lógica aplastante y de una sensatez que no se estila en el debate político. Y, ciertamente, esos criterios o recomendaciones, cuando se permite que salgan a la luz, rara vez se tienen en cuenta. Y esto lo sabemos muchos y lo compartimos casi todos.
Culpar al profesorado de las lagunas –a veces oceánicas– que se observan en facultades y escuelas técnicas es una gran injusticia en la que creo que, por fortuna, pocos caen. Como también lo sería recriminar a la Universidad las carencias profesionales de la juventud orgullosa de su flamante título de grado. Pero está claro que el sistema y sus bandazos no propician conocimientos óptimos, ni adecuados. Y, sobre todo, compensados. La llamada durante tanto tiempo 'cultura general' ha pasado a la historia; esa historia donde sobra todo lo anterior al siglo XX.
La Secundaria podrá preparar para las pruebas de acceso a la Universidad, pero, especialmente en algunas titulaciones, en absoluto para cursar la carrera. Pongo el ejemplo que me es más familiar: a Primero de Derecho llegan –muchos, por exclusión al no haber 'de facto' nota de corte– cientos de matriculados que ignoran lo que es la ley, la separación de poderes, los órdenes judiciales, los derechos fundamentales… ¿Quién puede extrañarse del porcentaje de abandonos, incluso inmediatos?
Hablando de la EBAU, como he dicho, ha saltado la censura opositora de que las pruebas han de ser las mismas en toda España. Creo que no es una opinión infundada y lo apoyo en una ecuación: si el distrito universitario es único (con la nota de corte de Asturias se puede intentar acceder a cualquier centro del país), lo congruente es que las pruebas sean las mismas. Ya se sabe, dicen nuestros tribunales, que igualdad no es uniformidad y las comunidades autónomas pueden tener mucho que decir, por ejemplo, en la Conferencia Sectorial. Pero las pruebas han de tener un grado homólogo de contenido si no queremos hacernos trampas.
Y luego, por supuesto que no han de rebajarse demagógicamente las exigencias si queremos tener a personas bien preparadas. Hay que acabar con toda desigualdad en el acceso al estudio, pero eso no significa instaurar el aprobado general, que es un daño a los propios destinatarios del mismo y a valores como el esfuerzo, la capacidad y el mérito. Aparte de que –lo sé por experiencia– las frías estadísticas de 'asignaturas-hueso' se asientan sobre arena. ¿Cuántos no aprueban porque no se presentan? Y ahí está el problema: desconocimiento de lo que se pretende estudiar, contenidos imposibles, escasez de horas, pérdida de tiempos con labores impropias (no se puede pretender con mil trabajitos que chicas y chicos de dieciocho o diecinueve años sean investigadores) y, en fin, falta de medios, especialmente en la faceta práctica.
En fin, que no sólo son las deficiencias de las primeras etapas escolares las que deben examinarse y revertirse. Pero soy pesimista y le veo a ese deseo el mismo futuro que al frustrado pacto de Estado por la Educación.
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