![¡El Curueño. Ho!](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202108/13/media/cortadas/66814306--1248x1778.jpg)
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Subir a Valdorria en bicicleta es una experiencia fascinante. También extenuante. Pero merece la pena. El pueblo ha cambiado desde que lo describió Julio Llamazares hace 40 años. Está renovado. Y la carretera es una réplica del Alpe d'Huez a escala, en longitud que ... no en pendiente, pues arranca a un respetable 17 %, luego suaviza al 15%, y, finalmente, el tercer km solo va al 10%. Lo que no ha cambiado es la sensación que produce la vista del pueblo al coronar . «Valdorria no es un pueblo: es una alucinación», escribía Llamazares al encontrar el valle colgado entre tres peñas. La Blanca, bajo la que pasa la carretera, enfrente La Galicia, y al sur, la San Froilán, aserrada mole de cuarcita, entre cuyos dientes asoma la espadaña de la ermita del santo patrón leonés. Nieves Fernández nació aquí hace ochenta y tantos años, vive en León, su hija en Oviedo. Su casa, de piedra, es un primor florido, como tantas de los pueblos del alto Curueño. El ciclista conversa con ella al lado del pilón, sobre el que revolotean decenas de mariposas azules. «Ahora aquí esto se llena, por el invierno no, que solo quedaban dos personas, el hijo del dueño del bar y su madre, que murió hace dos meses; así que este invierno no quedará nadie. Pero ahora todo está muy guapo y arreglado, gracias el presidente de la junta vecinal», que es el dueño del bar San Froilán, «que abre desde marzo hasta la Inmaculada, pero luego si lo llaman sube», dice Nieves. Que continúa hablando de que la empenada ermita atrae a los vecinos de los nueve pueblos de la Real Encartación del Curueño, ancestral concejo creado por el último rey astur, Alfonso III El Magno, que reivindica su hecho diferencial en el libro que Angel Fierro dedica a los privilegios con los que contó hasta mediado el siglo XIX, y que sus vecinos recuerdan cada 1 de mayo, día en que suben a plantar aquí sus nueve pendones.
En Nocedo, justamente en el cruce a Valdorria, una enigmática escultura parece recordar el esfuerzo de lucha contra la pandemia, o contra la carretera. 'Juntos venceremos', dice la tapa de un bidón colocada en la base de un mástil, decorado con muchas manos pegadas. Servirá de motivación para la siguiente subida, otros tres kilómetros espectaculares, en mitad de las hoces, que llevan a Valdeteja, y desde ahí otros tres, más tendidos, a Valverde y su collada, que cae sobre el Torio. Pero regresamos por donde vinimos y aguas arriba encontramos la presa del trasvase al Porna, y más adelante la carretera que lleva a La Braña y Arintero. La Braña fue invernal ganadera. Y lo parece. Más arriba Arintero es la matriz. Los dos se asientan sobre vegas abundantes. Entre los dos pueblos, las matas de chopos parecen hablar al ciclista.
Tolivia de Abajo abre el antiguo concejo de Los Argüellos, está a la vera de la carretera, con bares modernos, buenas casas de piedra y dos fuentes, la de abajo más fría. Desde el pueblo sale la carretera a Tolivia de Arriba, que circula paralela al río entre choperas alborotadoras y densas, tan tremolantes como las banderas, asturianas y españolas, que ondean en casas con geranios, centradas alrededor del Teleclub, ocupante de las escuelas nacionales, que lleva una chica del lugar, a la que ayuda un estudiante salmantino, que en la amplia terraza atienden a la clientela de veraneantes. En invierno siete vecinos permanentes. Retén de guardia que parecen prescribir las ordenanzas de estos pueblos. Pero como decía Nieves, si se les llama suben más. Como hace todos los años en Redilluera Avelino, de 92 años, que viene de Avilés, otros desde Noreña y alguno desde Madrid, para poblar casas con sonrisas de geranios, entre el río hablador y truchero y los omnipresentes frutales, que en las laderas dejan paso a los pinos y a las hayas. Desandamos el camino por Llamazares, con cueva e iglesia de curiosa espadaña, y por Lugueros, que al final de la guerra civil en Asturias fue incendiado como otros pueblos de la divisoria, lo que hoy se nota en el caserío. Tiene Ayuntamiento y circunvalación. Desde ahí hasta Vegarada quedan Villaverde de la Cuerna, Cerulleda y Redipuertas. Luego la carreta acaba en Río Pinos, magnífico final de etapa.
Estamos en una burbuja natural henchida por pueblos de larguísima tradición, que han visto de todo, y que se viven de manera especial, trashumando. Hoy intuyen una salida al laberinto que los envolvió durante décadas, y están dando forma a un proyecto para estabilizar su futuro. Insuflan belleza y hacen guapo al Curueño. Ho.
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