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¡El Curueño. Ho!

¡El Curueño. Ho!

Estamos en una burbuja natural henchida por pueblos de larguísima tradición, que han visto de todo, y que se viven de manera especial, trashumando. Hoy intuyen una salida al laberinto que los envolvió durante décadas

Viernes, 13 de agosto 2021, 01:54

Subir a Valdorria en bicicleta es una experiencia fascinante. También extenuante. Pero merece la pena. El pueblo ha cambiado desde que lo describió Julio Llamazares hace 40 años. Está renovado. Y la carretera es una réplica del Alpe d'Huez a escala, en longitud que ... no en pendiente, pues arranca a un respetable 17 %, luego suaviza al 15%, y, finalmente, el tercer km solo va al 10%. Lo que no ha cambiado es la sensación que produce la vista del pueblo al coronar . «Valdorria no es un pueblo: es una alucinación», escribía Llamazares al encontrar el valle colgado entre tres peñas. La Blanca, bajo la que pasa la carretera, enfrente La Galicia, y al sur, la San Froilán, aserrada mole de cuarcita, entre cuyos dientes asoma la espadaña de la ermita del santo patrón leonés. Nieves Fernández nació aquí hace ochenta y tantos años, vive en León, su hija en Oviedo. Su casa, de piedra, es un primor florido, como tantas de los pueblos del alto Curueño. El ciclista conversa con ella al lado del pilón, sobre el que revolotean decenas de mariposas azules. «Ahora aquí esto se llena, por el invierno no, que solo quedaban dos personas, el hijo del dueño del bar y su madre, que murió hace dos meses; así que este invierno no quedará nadie. Pero ahora todo está muy guapo y arreglado, gracias el presidente de la junta vecinal», que es el dueño del bar San Froilán, «que abre desde marzo hasta la Inmaculada, pero luego si lo llaman sube», dice Nieves. Que continúa hablando de que la empenada ermita atrae a los vecinos de los nueve pueblos de la Real Encartación del Curueño, ancestral concejo creado por el último rey astur, Alfonso III El Magno, que reivindica su hecho diferencial en el libro que Angel Fierro dedica a los privilegios con los que contó hasta mediado el siglo XIX, y que sus vecinos recuerdan cada 1 de mayo, día en que suben a plantar aquí sus nueve pendones.

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