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Río del olvido lo llamó Julio Llamazares. Valle que maravilla. Hilo pinturero, siempre de agua, antes de piedra y hoy de asfalto, en el que se ensartan, boqueando, mundos de vida buena. Que han agonizado durante los 80, se estabilizaron en los 90, y tímidamente ... parecen recuperar vitalidad con el nuevo siglo. El Curueño ha resistido. Hoy es excelso representante de una parte del país, a la que este empieza a dar, de nuevo, mérito y valor.
El Curueño llega a las puertas de León para fusionarse con el Porma. Desde ahí remonta hasta el puerto de Vegarada. Tiene dos partes, una de Ambasaguas hasta La Vecilla, y otra desde ahí hasta su nacimiento, sobre Casomera. La primera la califican pueblos que llevan el descriptor de pertenencia al río, y ya están cercanos al antaño rico mundo agrícola del Condado, aún hoy evidente en las vegas de su campiña, muy diferentes al páramo estepario que encontramos al oeste. El segundo tramo es una burbuja aislada y colorida, que moldea la cordillera y en la que el río, la carretera y la calzada romana se entrelazan como médula de un país con personalidad geográfica, la que le dan los ingrávidos paisajes que contiene.
El río Curueño, como todos sus hermanos que recorren el respaldo sur del macizo cantábrico, tiene una traza más reposada que sus primos del norte, que se precipitan en vertiginosa caída en busca del próximo mar. En cambio el Curueño, desde su surgidero en Vegarada, se demora entre circos de cabecera y altas campas sobre morrenas, como la de Laverde, que apenas si logra hendir el Río Pinos, su precursor. Más abajo, las cuencas visuales se amplían en Los Argüellos y se achican entre las paredes blancas de Valdeteja. Pero todo con un orden adamasquinado, que no abruma, ni por su exuberancia, ni por su abigarramiento. Simplemente fascina. Los pueblos, desde Redipuertas a La Mata de la Bérbula se van sucediendo como cuentas de un collar, ensartados en el triple hilo trenzado por una docena de puentes y pontones de antigüedad milenaria. Las vías, son magníficas, una para las truchas y las otras para el servicio cantábrico; antes como calzada y cordel, y hoy como magnífica carretera escénica o 'parkway'. La carretera pintoresca se ramifica hacia pueblos sorprendentes como Valdorria , Valdeteja o Redilluera. Si el valle fuera una teja los tres se asentarían en su borde oeste, plataforma elevada y amplia, cuya unidad la rompen los collados intermedios. Todo hace que sintamos que estamos ante algo poderoso, que ni el tiempo ni el olvido logran empequeñecer. Es un paisaje labrado, ya sea en bancales, o a golpes de maza y buril por los romanos que abrieron las hoces de Valdeteja para asentar una calzada, cuya traza sigue la carretera para ofrecer un viaje cómodo y lento, de disfrute y servicio. Servicio a los requerimientos del tiempo actual mediante un proyecto, que no se conforma con clasificar a un territorio como espacio protegido y dejarlo morir. No es natural. Primero, porque los territorios no mueren; y segundo, porque es tan evidente su valor como joya de la buena vida social, que el país no puede permitírselo.
Su cabecera es contradictoria. Y no solo por el desnivel, sino porque quienes más la frecuentan, los paisanos de Casomera, suben y bajan todo el año por la pista que lleva al mayáu de Vegarada, mientras que los de la otra vertiente utilizan la magnífica carretera estacionalmente, ahora prolongada en cinco kilómetros hasta Río Pinos para dar acceso a la estación de esquí de San Isidro. Desde allí el viajero columbra la arista de Fuentes de Invierno y en ella los remontes. Apenas unos pocos cientos de metros permitirían conectar ambas. No se trata de una obra de impacto, sino de un acondicionamiento menor que, sin embargo, se dilata como si fuera de desafío de titanes. Tampoco es natural.
Por el lado asturiano en Llananzanes-Rioaller confluyeron dos intentos de hendir la cordillera. Uno, impracticable, pretendía alcanzar el puerto de Piedrafita, que en el lado leonés muestra una carretera congelada en 1936. El otro sube a Vegarada y es útil para vehículos todo terreno. Ambas formaban parte del Plan General de Carreteras de 1914, que se proponía desenclavar los profundos valles asturianos para unirlos a la meseta, mediante la construcción de carreteras como éstas. Luego ya conocen lo que pasó, y pasa.
Pero como el mundo sigue girando surgen nuevas oportunidades. A veces a partir de una pandemia, que hace pensar en dónde y cómo vivir. Y entonces se redescubren tesoros como este. Toda la montaña asturleonesa lo es. Por eso será recolonizada. Y ya se está haciendo. Aquí con los tradicionales, los hijos de la localidad y los asturianos, a los que se han unido buscadores de paraísos sutiles procedentes de toda España y de afuera. Por eso se entremezclan «¡Ye el Curueño. Ho!», con «¡Oh. Curueño!».
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