El astrónomo Nikolai Kardashev decía que si existiesen civilizaciones extraterrestres todas se enfrentarían en su proceso evolutivo a un mismo cuello de botella: cómo solucionar el problema energético. Y clasificaba las posibles civilizaciones planetarias en tres tipos. Las 'Tipo cero' son aquellas que utilizan como ... fuente de energía los combustibles fósiles. 'Tipo 1' serían las que recurren a fuentes de energía limpias, como puede ser la que desprende la estrella alrededor de la que gravitan y las brindadas por los fenómenos meteorológicos de ese planeta; podrían ser, en nuestro caso, el agua, las mareas de los océanos y la eólica . Y por último, las civilizaciones 'Tipo 2', que serían las que dominan no solo la energía que emana de su estrella, sino las de su Galaxia.

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En el planeta Tierra nos encontramos en plena transición hacia un modelo 'Tipo 1' en la categorización de Kardashev, tras más de dos siglos explotando los combustibles fósiles, que no dan para más. Estamos en un cuello de botella como civilización. Al problema de la energía se suma ahora la escasez de microchips y del silicio, que están paralizando la producción de vehículos eléctricos, dispositivos electrónicos y paneles solares. El altísimo precio de la energía eléctrica pone en entredicho la viabilidad, a gran escala, de los coches eléctricos y la competitividad de nuestras empresas industriales y agrícolas. El precio alcanzado por los carburantes encarece el transporte de mercancías. De ahí, los consiguientes incrementos de precios en los alimentos y la consiguiente inflación, que se puede desbocar. Por consiguiente, de cómo resolvamos el problema energético, que ya está aquí, dependerá la viabilidad de nuestra forma y estilo de vida, que indudablemente tendrá que cambiar para ser sostenible. Según datos manejados por el Fondo Mundial para la Naturaleza, «más del 80% de la población mundial vivimos en países que producen más desechos de lo que sus ecosistemas pueden regenerar». Las ideas que se manejan para paliar el problema están sobre la mesa, falta realizarlas, y no están exentas de inconvenientes.

La descarbonización por medio de la digitalización es un mantra ideológico que nos llevará a hacernos el harakiri, ya que estas tecnologías no son tan limpias como nos quieren hacer creer, porque también contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero y generan un montón de residuos de los aparatitos que quedan obsoletos en apenas unos años. Fuentes fiables consultadas calculan que las tecnologías de la información y la comunicación consumen el 10% de la producción mundial de electricidad, que seguirá aumentando en los próximos años porque los aparatos son cada vez más potentes. Según Greenpeace, si la Nube fuera un país estaría en el quinto puesto de la lista mundial de consumidores de electricidad y los centros de datos informáticos, a nivel mundial, consumen el equivalente a la producción de unas treinta centrales nucleares. Detrás de la desmaterialización que nos venden, se esconde una economía muy material, porque los consumidores cada vez consumimos más dispositivos electrónicos. ¿Cuántas pantallas tiene en su casa, amable lector? La escasez de chips es consecuencia del consumo de determinadas materias primas que ha aumentado exponencialmente. Los materiales secundarios que hacen falta para producir un circuito integrado de unos dos gramos suponen unas 630 veces el peso del producto. Es verdad que las tecnologías digitales pueden optimizar y ser eficaces en la disminución del gasto de la luz, la calefacción, los aparatos del hogar y la energía necesaria para el mantenimiento de una ciudad. Pero, en realidad, es una sustitución de unos materiales por otros. Por poner un ejemplo: leer un periódico en internet ahorra papel, pero consume electricidad y supone tener un dispositivo que lo permita.

El camino que nos queda es la desglobalización, el decrecimiento

El precio que están alcanzado los alimentos es debido a los viajes que hacen desde el lugar en que se producen hasta que llegan a nuestro plato. El modelo alimentario globalizado nos ha hecho adictos al petróleo. Los alimentos que recorren miles de kilómetros de una punta a otra del globo generan unas cinco millones de toneladas de anhídrido carbónico. En Europa comemos garbanzos mejicanos, judías de Marruecos, ternera australiana, zanahorias de Sudáfrica y arándanos de Nueva Zelanda, por poner algunos ejemplos. Productos que podemos cultivar en la Unión Europea y no dejarían la huella de carbono que producen. Se preguntarán por qué consumimos productos producidos tan lejos. La respuesta es que permiten obtener el máximo beneficio a unos pocos, los que gestionan las grandes empresas del agronegocio; sus secuelas son precariedad y pobreza para el campesinado autóctono, que no puede competir con los precios de los alimentos importados que producen contaminación ambiental para todos.

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En otro orden de cosas, cuando escribo estas líneas, Iberdrola acaba de dinamitar la torre de refrigeración de la térmica de Velilla en Palencia. En la coyuntura energética que nos encontramos, ¿no sería mejor haberla conservado un tiempo, por si volvemos a necesitar quemar carbón? Alemania lo ha hecho para paliar el incremento de precios de la energía. Pero ya sabemos que España es diferente. Sustituimos el exprimidor de naranjas mecánico de nuestros abuelos por el eléctrico y sin embargo el mecánico no consumía energía, duraba para siempre y no era un aparato de usar y tirar (ironizo).

¿Aprenderemos alguna vez cuál es la forma correcta de exprimir una naranja? No lo sé, pero estamos en una encrucijada que nos abocará a tener que aprender a hacer más con menos y desengancharnos de la adicción al siempre más. El camino que nos queda es la desglobalización, el decrecimiento y pasar a una civilización 'Tipo 1', pero no siguiendo los pasos determinados por la 'Tipo 0', esquizofrénicamente productivista. Tendremos que ir pensando en adaptarnos a las nuevas circunstancias, consumir menos y reconquistar el tiempo de nuestras vidas. El cambio no será nada fácil.

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