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El ciudadano responsable y conocedor de sus obligaciones y sus límites, tanto en este país como en otros de este mundillo presumido, inquieto y revolvedor, ... se ve cada día más inmerso en el entramado de las administraciones públicas, que son cada día menos modestas, lo que equivale a decir, menos modernas, y que afectan a su manera de pensar, sentir y obrar, desasosegando al pueblo soberano. Que ante esta situación desearía disfrutar de lo que tanto deseaba nuestro Fray Luis de León:
«Un día puro, alegre y libre quiero».Para reducir un poco el peso que dificulta su autonomía en el aspecto social, profesional, familiar y ético, ante el cúmulo de requisitos, trabas y condicionamientos con que se encuentra a diario, con un cerrado bosque de ordenanzas, reglamentos, reales decretos y leyes, que a veces no se interpretan con facilidad y, lo que es peor, tienen una vigencia a menudo demasiado corta, debido al apresuramiento con que se redactan para dar satisfacción a quienes exigen el cumplimiento de muchas cosas que un día se prometieron.
Como esto es una realidad diaria y palpable, hay que acudir a palabras del viejo castellano, mantenidas en los diccionarios de la Lengua Española a través de los siglos y que se expresa coloquialmente con el verbo 'cucharetear', que tiene dos significados: en primer lugar, «meter en la olla la cuchara, para revolver lo que hay en ella», y en nuestro caso «mezclarse o meterse, sin necesidad, en asuntos ajenos».
El gran jurista francés Hauriou, bien conocido en nuestras facultades de Derecho, decía ya en su 'Principios de Derecho Público', en el año 1916 que «si a la burocracia se le da rienda suelta, sin control alguno, administra mal, se hunde en la rutina y se disuelve en la corrupción…», dando lugar a que los estados se crean poseedores de una soberanía cósmica que les atribuya el derecho de invadir una serie de funciones y actividades que pertenecen al ciudadano.
Las manifestaciones públicas del 'cuchareteo' estatal se pueden observar en aspectos del más diverso tipo, como alguno de los siguientes: una verdadera hipertrofia burocrática, para llevar a cabo actuaciones que obligan al resignado contribuyente a esperar meses para que se le den permisos, autorizaciones y campo libre, por organismos estatales, autonómicos y locales, con los daños que lleva aparejada; limitaciones que se establecen por algunas comunidades autónomas, para poder «conocer y usar» adecuadamente el idioma castellano, «lengua oficial de toda España» (art. 3,1 CE), y ello sin perjuicio de que las demás lenguas españolas «puedan también ser oficiales de acuerdo con sus Estatutos» (art. 3,2 CE). Pero que no deberán dar lugar a que se reduzca llamativamente el tiempo lectivo para conocer realmente el castellano y se ponga en peligro a la juventud, para abrirse paso en su propia patria, por sus dificultades para expresarse y escribir de manera correcta el idioma oficial; el progresivo aumento de las tentaciones para poder negar a los padres la educación humana de sus hijos (art. 27,3 CE), que se patentó con una frase que pronunció en su día una de las figuras más influyentes en el Gobierno, al afirmar, con un atrevimiento cuasi dogmático, que «los hijos no pertenecen a los padres» y que inquietó a muchas familias españolas; la apetitosa tendencia a 'monopolizar' el interés general por las Administraciones públicas; declaraciones ministeriales sorprendentes, recomendando a la ciudadanía lo que debería comer o no comer, haciendo alarde de profundos conocimientos dietéticos, sin distinguir, entre ciudadanos, en cuanto a su estado de salud se refiere; el empeño que a veces se pone, en 'cambiar la sociedad', siguiendo la expresión marxista, lo que deberá afectar a las costumbres, tradiciones, aspectos éticos y morales, e incluso la moda; la manera especial de entender «la igualdad ante la ley» (art. 14 CE), queriendo transformarla en algo que los griegos llamaban 'isotemia', que daba pie a que todos tuvieran derecho a ocupar funciones en el gobierno de la nación, sin necesidad de tener las más mínimas condiciones para ello; el 'escogimiento' (Menéndez Pidal, R), de la Historia de España, prescindiendo de partes que todos los españoles deben conocer para juzgar objetivamente la verdadera situación histórica en que tuvieron lugar, y privándoles así de ejercer la correcta libre expresión de sus ideas (art. 20,1 CE)... Y, por supuesto, por no alargar esta enumeración, el cuchareteo en torno a la división de poderes, base de toda democracia auténtica, dando lugar a que poco a poco y de manera discreta el Poder Ejecutivo, pueda ejercer funciones que corresponden a los otros dos poderes.
Con todo lo anterior, bien se puede decir, que el principio de subsidiariedad, que tanto se tuvo en cuenta por la doctrina social católica, se vaya quedando en nada, olvidando que la palabra 'subsidium', significa 'ayuda o socorro', que concierne a la relación del Estado con las otras sociedades y no a la naturaleza misma del Estado, evitando que aquel se hipertrofie, sin tener en cuenta los beneficios que la práctica de tal principio lleva aparejados, para los ciudadanos y para el mismo Gobierno, que podrá dedicarse a fortalecer su acción en sus verdaderas actividades fundamentales.
Cuando esta ola de cuchareteo estatal la contemplamos día tras día, el pueblo soberano, no debe perder la esperanza y bien al contrario, esforzarse por evitar que aquello se produzca, recordando que hacia el año 300 antes de Jesucristo hubo ya quien en Grecia nos dijo que «las leyes son como el que en cada momento manda», pero en las democracias el mando no siempre es eterno.
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