El Partido Comunista cubano ha celebrado estos días pasados su congreso con la brillantez acostumbrada. Cesó Raúl Castro como presidente por razones de salud, pero por lo demás, todo bien, como solía, han cambiado algunas cosas y evidentemente para que todo continúe igual.

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Lo cual ... puede resultarle frustrante a muchos, pero hay que reconocer que tiene mérito. Seis décadas sin cambios ni en las formas ni en los efectos, hay que reconocer que no hay régimen político que lo consiga. La autocrítica no es el fuerte de los sistemas comunistas.

Eso explica que a pesar de tantos desastres como el comunismo ha causado desde los tiempos de la Unión Soviética, todavía quedan algunos países -muy pocos- que se resisten a renunciar y experimentar algunas formas ya ensayadas por otros lugares para mejorar la vida de los ciudadanos.

Lo han hecho a medias los chinos y los vietnamitas, que no han descolgado las hoces y martillos de los mástiles, pero sí las reglas de la economía estatizada y planificada que causa tantos desastres materiales y restringe las libertades. para abrirse a nuevas experiencias de corte capitalista puro y duro.

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Los comunistas ortodoxos cubanos deben de estar felices: «Sin novedad, camarada», se transmiten eufóricamente unos a otros, tranquilos ante la inmovilidad del sistema. Los demás nos preguntamos si en tan trascendentales debates como habrán tenido, los jerarcas habrán dedicado algunos minutos a reflexionar y hacer análisis.

Parece lógico que, tratándose de un partido único y perenne, hayan aprovechado para hacer balance y profundizar en los resultados de tantos años de gestión. Tal parece que se les ha pasado y no habrán tenido tiempo para comparar con otros países y, de paso ahondar en un balance de sus propios resultados.

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Si se les hubiese ocurrido, quizás habrían concluido que la igualdad que imponen ha institucionalizado la pobreza global y amortiguado la capacidad de iniciativa de los ciudadanos (perdón, camaradas). Derrocaron a un régimen corrupto, opresor y nauseabundo como era el de Batista, pero...

Pero, cabe preguntarse, en qué ha cambiado la situación. Para empezar, no han mejorado, más bien al contrario: han empeorado las oportunidades y la economía y desaparecido las libertades. A cambio se han incrementado la represión y multiplicado los presos políticos. Realmente, ¿en qué ha mejorado la situación del pueblo?

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Pues la verdad es que en nada. Los hermanos Castro manejaron la isla como un cortijo y sus sucesores pretenden mantenerla igual: una prisión.

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