![Cthulhu no puede alquilar](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202302/20/media/cortadas/80988334-kno-U190684007605b8D-1248x1300@El%20Comercio.jpg)
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Si alguien piensa que el grado máximo del horror son los escritos de Howard Phillips Lovecraft sobre Cthulhu, esa abominación, es que no ha intentado alquilar un piso en Madrid. En el foro matritense resuenan los ecos del espanto cuando un ciudadano le echa un ... vistazo a Idealista o a Fotocasa y otro al presupuesto disponible. Lo siguiente es pedir las sales. No son sólo los incrementos del IPC, hay otra plaga mayor: la finalización de los cinco años de contrato. Los arrendatarios amenazan con 'plata o plomo', y las hostias pueden ser de cientos de euros. Comienza entonces en la capital un trajín de maldiciones, búsquedas en los portales digitales y mudanzas. Quien no tenga un piso en propiedad, o esté en casa de sus padres, se verá condenado a vivir en una caja de cerillas, o será expulsado a las tinieblas exteriores, en algún piso colindante con Segovia o Guadalajara. Porque si hacemos un inciso y hablamos de acceso a la propiedad, las encuestas financieras del Banco de España son de dolor y pena. Actualmente, se necesitan once años de curro solo para comprar un techo, con la consiguiente reducción de las posibilidades de emancipación, ahorro y fertilidad. Gregorio IX excomulgaba hasta la séptima generación: más o menos la maldición que se proyecta sobre los madrileños.
Uno, que ya lleva 22 años en Madrid, las ha visto de todos los colores, pero nada como lo que se presenta ahora. Antes pensábamos en el famoso 'Dios proveerá...', de Juan Crisóstomo, ahora flipamos con la gentrificación. Yo sabía que se produciría, bastaba con haber viajado un poco, y ver cómo la ciudad estaba expandiéndose. Los rascacielos inaugurados en el Nuevo Norte en 2008 ya auguraban lo que sucede en París o Nueva York. Los acentos mexicanos o venezolanos que se escuchaban inesperadamente, las compras de calles enteras por la plata hispanoamericana, eran los heraldos primeros de lo por venir.
No obstante, yo siempre pensé que quedaba margen, unos añitos, pero no, el proceso se ha acelerado por factores varios. En estos momentos, el centro, que antes podían ser seis estaciones de Metro, ahora se extiende a diez. Si antes se podían encontrar pisos más baratos dependiendo del barrio, ahora todo es igual: llámese Salamanca, llámese Hortaleza, llámese Arapiles. El centro se 'espectaculariza', se convierte en cebo para guiris: una nueva Venecia con querencia castiza, tiendas de recuerdos, cañita, pincho y Arbnb.
Los horrores que se suceden pondrían los pelos como escarpias al pobre Cthulhu. Desde que el mercado tocó fondo en 2013, los alquileres han subido un 50%, y en Madrid, el coste medio es de 1.600 euros. Los requisitos que se llegan a pedir son de juzgado de guardia: que aparte el inquilino pague el IBI y la comunidad, presentar la declaración de la renta, dos fianzas y garantía, etc... Yo he llegado a sumar que los costes previos de un piso, antes de pagar el primer mes de renta, se ponían en 6.000 euros. La escasez de oferta provoca que, a pesar del pastizal que se suelta, los pisos sean, a menudo, desoladores, cuando no un mero insulto.
Recuerdo cuando el gran Ximo Puig (en mi cabeza, siempre se confunde con Chimo Bayo, «es la bomba que va a estallar...») dijo aquella burrada del impuesto especial a Madrid: bien me temí que la A-3 se llenase de turbas enfurecidas con antorchas y horcas, en dirección a Valencia. En Madrid sonó igual que la famosa frase de María Antonieta: «Si no tienen pan, que coman pasteles».
Que yo recuerde, sube el alquiler, pero no los salarios. Y lo hacen hasta el absurdo, una vez que los propietarios (y no los estoy criticando) se dan cuenta de que han encontrado una fuente segura y complementaria de ingresos, a salvo de los vaivenes de salarios y pensiones. La onda expansiva llega hasta las últimas esquinas de la capital. Igual que llega a las Baleares, donde profesores, alumnos, médicos y policías lo tienen crudo para coger siquiera una habitación en piso compartido. Igual que llegará a Asturias, no lo duden. De hecho, tengo una apuesta con un amigo: nuestro querido 'grandonismo', esas raciones enormes de las que estamos tan orgullosos, lo de poner el 'pote' en medio de la mesa y come hasta que revientes que, si no, sale el cocinero, irá desapareciendo a medida que las oleadas de turistas y compradores foráneos vaya descubriendo el Paraíso.
¿La solución? Qui lo sa. Yo sólo soy un plumilla. ¿Ofrecer más vivienda pública? ¿Replantear un pacto entre generaciones? Desde luego, la política se plantea en corto término, en votantes y elecciones, y no parece que sea rentable decirle a un señor propietario que tiene que renunciar a la subida de quinquenio por una cuestión sentimental. Eso no pasa. ¿Rebajar las fianzas?, ¿eliminar ciertas condiciones? ¿Aplicar beneficios impositivos a los tenedores?, ¿certificados EBI-FINAER? No sé, de verdad: doctores tiene la Iglesia. Lo seguro es que no se pueden poner topes a los alquileres, porque, por un lado, es un bien que ha costado mucho esfuerzo y ahorro, y su propietario, mayormente ese currante de clase media, puede hacer lo que considere, y por otro, el mercado se pone peor. Entretanto, la precariedad, los bajones y la tasa de natalidad más baja de los últimos cien años.
Decía Reinaldo Arenas que en el capitalismo te dan una patada en el culo, pero puedes gritar; en el comunismo te dan la misma patada en el culo, pero estás obligado a aplaudir.
¿No le oyen?, ¿no se estremecen? Son los aullidos de Cthulhu (pronúnciese 'Chulu'), cuando el arrendador de sus mefíticas simas le comunica que debe hacer las maletas. Fuera, espera un boliburgués de Miami, que aquí lo que nos gusta es tender puentes con el continente hermano.
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