Cruce catalán en un crucero

Una mujer al mando de Ucrania aceptaría, en este momento, lo que no tiene remedio: entregar esos dos territorios que se sienten rusos, Donetsk y Lugansk, y reafirmar la neutralidad. ¿Acaso le va mal a Suiza siendo neutral?

Domingo, 20 de marzo 2022, 02:04

En una ocasión choqué con un catalán. No fue, por supuesto, con Josep Borrell Fontelles. Me siento muy orgullosa de que un español ocupe un cargo tan relevante como el de alto comisionado europeo para Asuntos Exteriores. Parece que han provocado hilaridad sus declaraciones sobre ... la conveniencia de moderar el uso de la calefacción. Yo me tomo en serio lo que sale de la boca de personas inteligentes y sensatas, como es el caso de este catalán, y lo aplicaré. De alguna manera todos podemos ayudar a sobrellevar esta tremenda situación bélica, y reducir cargas energéticas está, en parte, en nuestra mano y puede ser útil en esta terrible guerra que, en mi opinión, es un craso error. Creo que es la primera vez que siento que si hubiera una mujer al mando ucraniano, esto no estaría pasando. Las mujeres tendemos a evitar conflictos innecesarios.

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Me pasó con un catalán durante la Semana Santa de 2019. No hace tanto, la verdad, pero era un mundo sin coronavirus, ni guerra en Ucrania. Era otro mundo. Lo que ocupaba los telediarios entonces era el conflicto catalán. Poco importaba la tasa de paro, sobre todo juvenil, o la situación de la sanidad, o la justicia atascada. Todo era Cataluña y su independentismo. Decidí por esas fechas hacer un crucero por el Mediterráneo con mi señora madre, para regalarnos un viaje juntas que siempre pudiéramos recordar. En uno de esos almuerzos pantagruélicos en el barco coincidimos con un matrimonio segoviano y otro de Cataluña, más bien sesentones. El catalán era empresario y su mujer una bella cordobesa que había llegado a Barcelona con 20 años. Se le notaba porque conservaba un fuerte acento andaluz. Los segovianos empezaron con el tema catalán por alguna noticia de esos días. Percatándome del desinterés del matrimonio de Cataluña en dicho tema y del mío propio, por dos o tres veces intenté derivar la conservación al arte, a la historia, a Italia, a cualquier otra cosa. No hubo manera. En un momento dado, la cordobesa-catalana le contestó al segoviano con una simpleza -la belleza física no siempre va acompañada de inteligencia- y ahí se lio parda. El segoviano le contestó, casi la humilló y el barcelonés de Pedralbes salió en defensa de su torpe esposa. Intentando mediar, derivé el tema hacia lo económico, tratando de trasladar a los segovianos que tal vez había razones económicas que se podrían aducir. De hecho, siempre he creído en ello y no solo eso: comparto la opinión de un catedrático de Hacienda Pública de mi universidad que afirma que en España respondemos más bien a un modelo federal. Es más, creo que tenemos casi todo de federal menos el nombre. ¿Podría ser eso una solución a tal conflicto? Eso creía yo, pero si algo le debo a aquel catalán de cuyo nombre no me quiero acordar, y además nunca lo supe, es entender que el nacionalismo no tiene solución.

Recuerdo que durante un rato logramos entendimiento: él era empresario y yo economista. En todo momento él manifestó desprecio -de forma educada- por los razonamientos primarios del segoviano, así que mantuvimos cierta confortabilidad en la conversación en el plano económico. El problema llegó cuando le pregunté: «¿Y eso sería suficiente?». Supongo que la respuesta que me dio fue posible porque su mujer había ido al baño, ya que el 'razonamiento' sería aplicable tanto a mí, como asturiana, como a su charnega. No voy a repetir exactamente lo que me dijo. Sí diré que destilaba nacionalismo, nazismo, racismo, altanería y complejo de superioridad. Cuando oí tal cosa, pensé en contestar. No lo hice. En ese momento Dios me iluminó y me hizo saber que callar e irme era la mejor decisión. Invité a mi madre a dar un paseo por cubierta y nos fuimos. La tarde era espléndida en aquel barco que nos llevaba a Florencia.

Reconozco que estaré eternamente agradecida a ese barcelonés por la 'generosidad' de mostrarme lo que había dentro de su cabeza y que explica cosas inexplicables. Las que pueden derivar en conflictos como el que estamos viviendo. Hay asuntos que no tienen solución y hay momentos en que aceptar y callar es lo mejor. Zelenski no es mujer. No es madre. Es un cómico metido a presidente. No ha dado vida. No entiende que preservar las vidas está por encima de cualquier otro argumento. Una mujer al mando de Ucrania aceptaría, en este momento, lo que no tiene remedio: entregar esos dos territorios que se sienten rusos, Donetsk y Lugansk, y reafirmar la neutralidad. ¿Acaso le va mal a Suiza siendo neutral? Conozco bien el país, por razones familiares, y está lleno de belleza, riqueza y paz. Hay un sitio llamado Interlaken que es lo más parecido al paraíso, si tal lugar existe. Putin es un asesino de guerra, pero se puede entender que no quiera bases de la OTAN cercanas a su territorio. ¿Qué pasó con la crisis de los misiles en Cuba? ¿No hubo cesión para evitar la tercera guerra mundial? Putin no será eterno y la cesión temporal evitaría destrozar Ucrania, pudiendo retomar el tema cuando semejante energúmeno esté fuera de juego. Se ha elegido lo contrario: el conflicto, la pérdida de vidas, destrozar un país y dejarlo como Siria o como una Libia europea ¿Para qué? Para nada.

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La visión femenina, de mujeres y madres con más intuición que bravuconería, hubiera sido mejor salida para este gravísimo conflicto.

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