GASPAR MEANA

El cronocátor

David Mills se dio cuenta del problema de intercambiar datos si no se compartía un tiempo sincronizado y elaboró el NTP, que es clave para internet. Mantiene a punto la hora y la distribuye a miles de millones de dispositivos

Domingo, 27 de noviembre 2022, 22:06

El tiempo. Qué cosa, eh. Los griegos distinguían el 'Kronos', el tiempo secuencial, el famoso tic tac; 'Aión', el tiempo al que dotamos de sentido mediante la acción y 'Kairos', el tiempo decisivo que puede cambiar nuestra vida. El Baghavad Gita, en su capítulo 11, ... decía que el tiempo es destructor de mundos. Les Luthiers afirmaban que el tiempo es relativo, dura un minuto dependiendo del lado de la puerta del baño en que te encuentres. Desde luego, el sentido del tiempo es dispar: un europeo, por ejemplo, está convencido de que el tiempo funciona independientemente del hombre, su existencia es objetiva, exterior, sus parámetros son medibles y lineales. Sin embargo, ciertas tribus africanas piensan lo contrario. En todo caso, si nos centramos en el mundo moderno, todos sus relojes están sincronizados, alimentados con una hora fiable. En todos los artefactos digitales. ¿No es mágico? ¿Nunca se ha preguntado quién lo hace posible? Para un servidor, quedó desvelado en uno de los densos e interesantísimos artículos de 'The New Yorker', 'The thorny problem of keeping the Internet's time', escrito por Nate Hopper. El periodista desgranaba la historia del software que sincronizaba los relojes mundiales, controlado por un ingeniero de nombre David Mills, uno de los ingenieros que fue pionero con ARPANET, la precursora de internet. Este oscuro hechicero se dio cuenta del problema de intercambiar datos si no se compartía un tiempo sincronizado, y elaboró un protocolo, una especie de lingua franca para dispositivos dispares, que bautizó como NTP (protocolo de tiempo de red), que se convirtió en clave para el futuro de la red. Este protocolo trabaja en línea con el GPS y los relojes atómicos para mantener a punto la hora, distribuyéndola a miles de millones de dispositivos.

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En la actualidad, el tiempo sincronizado se da por hecho, y de él dependen las telecomunicaciones, los mercados financieros, las redes eléctricas, etc… Un milisegundo mal colocado podría causar tal estropicio que ríanse ustedes de las películas de catástrofes (ya saben aquello de las tres formas de arruinarse: con las mujeres, la más divertida; con el juego, la más apasionante, con los técnicos, la más segura). El problema es que ahora el tal Mills está mayor, y su cetro, autoritario e indiscutido por décadas, comienza a ser disputado. Internet sigue expandiéndose, volviéndose más compleja, pero también envejeciendo y, en algunos casos, los problemas avanzan a más velocidad que las soluciones. Los retoques, las optimizaciones, son esenciales para el buen funcionamiento del mundo, y los múltiples colaboradores del Rey Mills hacen propuestas que dependen de su filtro, y este no está dispuesto a dejar el poder con facilidad.

Otro de los problemas del NTP es que su mantenimiento depende de gente que no tiene un salario, es un código de fuente abierta, y la paradoja está servida, porque resulta esencial para miles de empresas privadas. Es uno de los muchos ejemplos en que alguien tiene una gallina, pero es incapaz de hacerse con sus huevos de oro. A esto hay que añadir los continuos problemas técnicos que se deben resolver, al tiempo que no existe un fondo específico para su mantenimiento. También están los líos que causan los ataques informáticos, los trolls que abusan de las funciones del NTP, así como la velocidad de rotación de la Tierra, que tiende a lentificarse, lo que crea más obstáculos a la labor de los cronometradores. Esto último se intenta solventar con el añadido de segundos a fin de alinear los relojes atómicos con las estrellas (hasta ahora ha habido 37 segundos bisiestos). No obstante, muchos ingenieros no los tuvieron en cuenta a la hora de programar y esto empieza a crear problemas en algunos de sus sistemas. Para no dejar de embrollar más la madeja, algunas empresas como Google han desarrollado sus propios métodos para establecer el tiempo, que chocan con el protocolo regular, además de que, por razones que no son claras, la Tierra ha comenzado a acelerar su rotación en los últimos años, lo que añade más leña a la hoguera.

Desde la última actualización del NTP (llámese iteración), en 2010, no ha habido más intervenciones. Se está trabajando en lo que sería la quinta iteración, y la está desarrollando un grupo de unas veinte personas que cada vez responden menos a las directrices del Rey Mills, lo que implica que la nueva actualización podrá tener drásticas desviaciones respecto a lo que existe en la actualidad. Los pollos entre ellos se suceden, la lucha por las jerarquías, la influencia, y Mills no es precisamente diplomático, lo que endurece los consensos. Mientras una parte busca un NTP más flexible, más modular, para que pueda ser retocado con frecuencia, la facción Mills se encastilla en una visión más canónica. Lo cierto es que nadie sabe cómo terminará esta comunidad tan mal avenida, aunque capital para el funcionamiento del mundo.

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En el ínterin, el mundo continúa. La sofisticación digital se implementa, mientras internet parece que, en gran parte, sigue utilizando un NTP versión 3, publicada en 1992. En sus manos, el comercio, los mercados financieros, los robots, los vuelos, la seguridad. Mills, el cronocátor, envejece, pierde la memoria, tiene dificultades para moverse, se centra más en la historia egipcia, juega con sus nietos. Sus herederos cada vez escuchan menos al Gran Timonel. Y el resto seguimos siendo atrapados en la nasa del tiempo, ajenos a quien lo controla.

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