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No se trata de obviar la parte positiva que significa el recorte de tiempo en la comunicación ferroviaria entre Gijón y Madrid. Tampoco es que ... sea la panacea, porque el viaje dura prácticamente cuatro horas, pero el salto fue importante. No obstante, después de padecer más de dos décadas de obras, y haber invertido 4.000 millones de euros, la venta a bombo y platillo de la llegada de la alta velocidad y sus bondades económicas -que no tengo ninguna duda de que las habrá, pero no ahora- empieza a desinflarse. Fueron demasiadas las expectativas generadas y, de momento, poco el partido que se ha sacado. En estos dos meses de esta alta velocidad a cachinos ha habido incidentes y retrasos en el servicio que frustran cualquier ilusión de alcanzar, de una vez por todas, un viaje como Dios manda a la capital española. Se dijo cuando entró en funcionamiento: la clave son los horarios que, por ahora, no están afinados. Aunque ya nos dice el ministro que en nada serán seis los servicios 'veloces'. Queremos creerlo. Sobre todo eso de que «pronto» el viaje entre Gijón y Madrid será de tres horas. El tiempo de promesas ya pasó. Ahora es tiempo de gestión, porque nuestro grado de credibilidad se ha ido reduciendo con los años. Y no porque no queramos que suceda. Al contrario. Soñamos no solo con ese AVE que ahora no existe, sino también con unas cercanías que multipliquen y mejoren el servicio. Quizá esto incluso nos llenara más en nuestro día a día. En sus manos nos siguen teniendo.
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