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Desde que me tocó asistir a una representación de teatro Kabuki (tres horas sin traducción simultánea) hará unos quinientos mil años en un Festival de Teatro de Edimburgo, siento una solidaridad sincera por los damnificados de la realeza nipona. Y entiendo a la perfección la ... incesante cascada de dimisiones y harakiris (metafóricos) que se viene produciendo entre los aspirantes al trono del Crisantemo. La última en escapar de ese acartonamiento que ha convertido a los emperadores de Japón en figuritas de papel maché dignas de un guiñol ha sido la princesa Mako. Y cómo de desesperada habrá sido su huida que por el camino la joven se ha dejado olvidados el millón largo de euros de su dote, la tiara de diamantes y las joyas imperiales... Todo con tal de ser libre. Todo con tal de ser una persona de carne y hueso y no un holograma milenario.
Las hermanas Mako y Kako eran consideradas las 'it girls' de la aristocracia japonesa porque se vestían con camisetas y shorts cuando no estaban de servicio... Pero en cuanto una ha sacado los pies del tiesto un milímetro ha caído sobre ella como una losa todo el peso de la tradición (toneladas de rígidos convencionalismos). En la realeza nipona a los hombres les toca sobrellevar singulares 'nombrec-hitos' (Naruhito, Hisahito...) pero lo de las mujeres es todavía peor. Masako, la actual emperatriz, vive en perpetua depresión por la asfixiante atmósfera que rodea su cargo y la certeza de que jamás podrá alcanzar la perfección que se le exige. Cuenta incluso una leyenda urbana japonesa que una de las novias de Naruhito prefirió suicidarse antes que convertirse en ave de esa jaula de oro imperial. En Japón el crisantemo es la flor de la vida. Aquí en cambio se lo llevamos a los muertos. Lo asociamos a las tumbas.
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