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El pasado 24 de febrero, el diario alemán 'Bild' se dirigía a los británicos titulando su portada con un «Os envidiamos» en enormes letras mayúsculas. Se refería al desastre de la gestión de la compra de vacunas frente al covid por parte de la Comisión ... Europea. En respuesta, y haciendo gala del viejo humor británico, el diario londinense 'The Sun' respondía con su propio titular y en letras aún mayores «Nosotros no os envidiamos... el caos de las vacunas en la UE».
Rara vez unos titulares de prensa han conseguido, como en ese caso, reflejar tan bien el sentimiento de frustración y vergüenza que sobrevuela la moqueta azul de los pasillos y despachos del edificio Berlaymont de la Comisión Europea en Bruselas. Por si fuera poco, la presidenta Ursula von der Leyen tuvo que hacer frente a la indignación y queja formal del Parlamento Europeo por negarse a facilitar a los parlamentarios una copia de los contratos firmados con las farmacéuticas para el suministro de vacunas. Tras su negativa inicial, finalmente aceptó hacerlo, pero les entregó una copia con párrafos ocultos, lo que aumentó aún más las sospechas y la indignación.
Este no sería sino un episodio más de la guerra entre la Comisión y el Parlamento de no ser porque ocurre en un momento especial de la historia europea. Como muy bien ha dicho Timothy Garton, el catedrático de Oxford, hay que remontarse a la II Guerra Mundial para encontrar un acontecimiento que haya impactado en la vida de tantos europeos y al mismo tiempo como lo ha hecho la pandemia por SARS-CoV-2 ('El País, 14-03-2021). Y este episodio de las vacunas tiene lugar, además, tras el extenuante desenlace del 'Brexit' que, se mire como se mire, ha dejado un sentimiento enorme de pérdida y de tristeza en los europeístas de ambos lados del Canal. Quizás por ello, y para conjurar ese pasado reciente, la Comisión Europea puso todo su empeño en empezar a vacunar a la vez (y como fuera) a todos los europeos el 27 de diciembre pasado. El resultado es conocido: hemos empezado a vacunar pero, después de tres meses, menos del 8% de los europeos han sido inmunizados. En España, apenas un 3,8 % frente al 16% de Chile, por poner un ejemplo.
Muchos analistas consideran que reconducir el fiasco de la gestión europea de la pandemia es crucial para recuperar la autoestima continental y la confianza en las instituciones europeas. Hungría, Polonia, Eslovaquia, la República Checa, Italia, Austria y también Dinamarca han empezado ya a buscar soluciones al tema de las vacunas al margen de la Comisión Europea y de las autorizaciones de vacunas de la Agencia Europea de Medicamentos.
Reconducir el problema pasa necesariamente por reforzar la política sanitaria común europea creando un marco legal europeo en materia de salud pública. Ya tenemos marcos comunes en algunas materias específicas de salud pública, como la seguridad alimentaria o los productos farmacéuticos, pero seguimos careciendo de un marco general común de salud pública. Este marco debería incluir la transformación del actual Centro Europeo para el Control de Enfermedades (ECDC), para dejar de ser un organismo consultivo de la Comisión Europea y adquirir el carácter de autoridad sanitaria europea, así como el refuerzo y la confluencia de los sistemas de salud publica de los estados, particularmente en materia de vigilancia epidemiológica y de medidas de actuación en casos de emergencias de salud pública.
La calamitosa gestión de la vacunación europea ha tenido otro efecto colateral: debilitar, hasta casi hacer desaparecer, uno de los mayores logros de la construcción europea, el espacio Schengen, que permite desde 1990 que podamos movernos y establecernos libremente en 26 de los Estados miembros. En ausencia de una temprana, decidida y clara actuación de la Comisión Europea para organizar la respuesta al covid, los estados han ido adoptando unilateralmente medidas de restricción de transito que, en la práctica, han desactivado el espacio Schengen. Ahora, con meses de retraso, se plantea como única acción la creación de un pasaporte, certificado o carné verde (su nombre cambia cada día) que permita circular por Europa. Y ello, al margen de que, desde el punto de vista de salud pública, su utilidad sea mas que dudosa y muy limitada en el tiempo. Esta vez, la prisa por facilitar el desembarco de turistas en el Sur de Europa ha producido otra iniciativa (una más) parcial y que no resuelve en absoluto el problema creado al espacio Schengen.
Tanto la inexistente capacidad pública de producir vacunas para el suministro continental, como la gestión de la vacunación o el problema planteado a la movilidad inter-europea, son solo tres ejemplos de la medida en que la pandemia de covid ha revelado la debilidad de la Unión Europea en materia de salud pública, así como su reducido nivel de integración. Esta debería ser una oportunidad para construir, por fin, una política europea de salud pública y que no tengamos que envidiar más a nuestros vecinos y amigos ingleses. O, al menos, que solo los envidiemos por el césped de los patios de los colegios de Oxbridge.
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