Si mis limitados conocimientos no fallan, la llamada 'Gripe española' de 1918, al año y medio de su declaración o manifestación, se hallaba ya en clara regresión. Y eso, sin vacunas, fármacos y hospitales dotados de los mejores medios personales y materiales. No es el ... caso de la covid-19 y la situación preocupante de nuestros concejos más poblados y de algunos más, incita a pensar en lo que llaman planteamientos conspiranoicos o, por respetar al diccionario, conspirativos; es decir, que la pandemia o fue provocada o provino de una manipulación de laboratorio, incluso de las que los penalistas denominan preterintencionales.

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Yo no sé de tan dilatada y severa calamidad más que lo que leo en artículos; algunos más divulgativos y otros más eruditos, pero didácticos, por lo que, bajo concepto alguno, voy a meterme en lo que ignoro, como la mayoría de un planeta unido en la gran calamidad de este siglo. Sé poco, pero deduzco algo más, como creo que hace la mayoría de la ciudadanía, ejemplar y paciente ante el deber de soportar tan drásticas restricciones de derechos y hábitos.

Y observo, igual que en el verano pasado, que la confianza, respaldada por la normativa, porque consejo nunca es obligación y menos en los países latinos, está ganando a la prudencia o, como reza el título de este comentario, la Ciencia está siendo preterida por la querencia. Por el deseo de hacer todo cuanto no hemos podido llevar a efecto en año y medio: contactos familiares y sociales, viajes, actividades lúdicas, desinhibición sin restricciones en hostelería y otros negocios... No es la primera vez en la historia en que, el hastío por las restricciones o prohibiciones, llega a tal extremo que hace estallar el espíritu rebelde que nos acompaña, en una suerte 'de perdidos, al río'. Como, no apelo a la Literatura, aquellas personas virtuosas que, tras años de sacrificios corporales, se desmelenan y entregan a la molicie. Salvando las distancias siderales, algo así nos ocurre. Además -y, repito, los poderes públicos también animan- las cifras de ocupación hospitalaria, en cuanto bajan drásticamente, ofrecen una confianza que no es más que una libertad condicional y vigilada, pero que tendemos a interpretar como absolución definitiva.

Antes me refería a lo ocurrido hace un año. Aquí lo comenté: Asturias saturada de turismo, lo que en otras circunstancias sería un gozo inmenso, pero con no pocas escenas de relajación en las medidas de protección. Lo vi hasta en el paso de caminantes jacobeos, quizá confiados en que las rutas y los albergues del Principado eran espacios libres de covid. El otoño acabó de sacarnos de la ensoñación. Ahora, se cargan las tintas sobre los jóvenes e, innegablemente, se ven no pocas conductas inmaduras e irresponsables y determinada franja de edad es, ahora, la mayor preocupación de los expertos que, ciertamente, quizá no calibraron debidamente la importancia de vacunar antes a esta juventud a la que obligar a no salir es como enjaular el rayo. Botellones y fiestas en pisos, unidos -como directamente me consta- a las limitaciones numéricas de las policías, sin duda han hecho muchísimo daño en los peores momentos de la situación epidémica. Ahora, tras el final de un curso con muchas penalidades, comenzando por las telemáticas, así como por la celebración, doble, de las pruebas de acceso a la Universidad, los contagios se vuelven a multiplicar y el quita y pon de la mascarilla tampoco ayuda mucho en la contención de las transmisiones por aerosol.

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En suma, en la sociedad, hemos llegado a una fase de no poder aguantar más y, como ha ocurrido en algunas comunidades y ciudades, apelando a la maltrecha economía, el desmadre se ha evidenciado con las inherentes consecuencias. Y, en el caso de los estudiantes, bien sé no ya del tormento de quedarse en casa, incluso sin poder ir a las aulas, sino del impacto, cultural y relacional, que la enseñanza a distancia les ha generado. Si el profesorado ha tenido que realizar un esfuerzo nunca suficientemente elogiado para, con medios informáticos, poder transmitir conocimiento, el alumnado ha podido apreciar -en aprendizaje y resultados- la importancia de la presencialidad en las prácticas en vivo, en el contacto con compañeros -también en los trabajos grupales- y con sus docentes en las clases y tutorías.

Pero no somos dioses y la incitación de la querencia acaba venciendo a la admonición de la Ciencia... y de la experiencia.

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