Los planes de Hitler para el Este pasaban por la eliminación de millones de eslavos, la extensión del Reich hasta Los Urales (con autobahn que conectaran hasta la última ciudad) y un estado de 250 millones de alemanes bajo la égida nazi. Un universo controlado ... por la Weltanschauung de nuestro Adolf, que no era otra cosa que una cosmovisión ahormada por una educación nacionalsocialista desde la cuna a la tumba, que cancelaría la moral católica y crearía súbditos cegados por un credo fanático y preparados siempre para la guerra. El sometimiento a la voluntad del Führer, el antisemitismo, la búsqueda de un 'espacio vital', la comunidad antes que el individuo, eran algunos de los pilares de este proyecto. En este mundo excava sistemáticamente Juan Eslava Galán en su 'Enciclopedia nazi contada para escépticos' (Planeta), más de 800 páginas documentadísimas que van desgranando ideas, conceptos, historias y personajes para dar una visión global de aquel mundo casi distópico. Por cierto, que aparte de la erudición, se agradece la sorna y el colmillo retorcido en cada una de las entradas, que le pondrán una sonrisa en los labios en medio de tanta sangre y tanta pandilla basura.
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La chifladura de Hess, la jeta de Göring, los complejos de Himmler, la megalomanía de Hitler. La malvada brillantez de Goebbels ('cojo y redrojo'). El siniestro Rosenberg o lo escurridizo de Bormann. La terrorífica eficacia de Heydrich. El ilustrado y cruel Hans Frank. El 'yo pasaba por aquí' del arquitecto Speer. El líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach, y su famoso «cada vez que escucho la palabra cultura, echo mano a mi pistola». La desasosegante respuesta de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, cuando fue interrogado en los juicios de Nuremberg el 7 de abril de 1946: «Supongo que ustedes no pueden comprender nuestro mundo». Theodor Eicke, inspirador de los campos de concentración en el Reich, con sus tres normas: severa disciplina, gestión comunitaria y aplicación generosa de la Ley de Fugas. En un discurso dijo: «Los internos confiados a mi cuidado pierden su condición humana porque son solo animales nocivos para el Estado».
Nuestro libro está repleto de datos epatantes. El afortunadísimo diseño de la enseña roja con esvástica, del propio Hitler, que razonó así su lógica: «Si hay un color capaz de atraer a las masas, ese es el rojo». En esa línea, el esteticismo político (un invento de Gabriele D'Annunzio tras su toma de Fiume), sirvió para la manipulación de las emociones colectivas: coreografía de masas, propaganda, esteticismo teatral, oratoria histriónica, saludos romanos, desfiles con antorchas, proliferación de uniformes, banderas, medallas… El mismo uniforme de la Wehrmacht y las SS era fabricado por Hugo Boss («Mi honor se llama fidelidad» era el lema de las SS grabado en hebillas de cinturones y hojas de dagas ceremoniales). Las loquísimas tendencias de ciertos jerarcas nazis por las teorías ocultistas, con una institución, la Ahnenerbe, dedicada en exclusiva a delirios varios como la búsqueda del Santo Grial o la Atlántida. La aparición estelar de los otros 'Mengele', animales no tan conocidos, como el ginecólogo Carl Clauberg, empeñado en dar con métodos efectivos para la esterilización de mujeres de razas inferiores, o Viktor Brack, uno de los creadores del programa de eutanasia Aktion T4. La futura capital del Reich, Welthauptstadt Germania, una ciudad que, según nuestro Führer, solo podría compararse con Babilonia o Roma, y que convertiría a Londres o París en meros villorios.
Entre tanto estropicio, brillan episodios hilarantes, como cuando los nazis mandaron una expedición a Sierra Morena para investigar los ancestros arios en los colonos alemanes que repoblaron la zona en tiempos de Carlos III, lo que llevó a los nativos a falsificar partidas de bautismo para acreditar su prosapia hiperbórea (pagaban cinco pesetas si te dejabas medir la cabeza). O como el gigantesco tren eléctrico que tenía Göring en su mansión de Carinhall: un complejo ferroviario de 240 metros cuadrados, con 17 modelos de trenes, todo dispuesto en seis anillos, y con un puesto de mando en el que nuestro Hermann se instalaba para dirigir el tráfico. Tenía hasta un dispositivo de cables elevados desde el que se podía bombardear los trenes con aviones en miniatura. O como la creación de un Hollywood nazi para competir con su homólogo gringo, que producía hasta musicales. O como los chistes de los sufridos ciudadanos alemanes, por ejemplo: 'Un ario es rubio como Hitler, delgado como Göring, y alto como Goebbels'. O como ciertas prácticas sexuales en las que era experta Wallis Simpson y que, al parecer, sorbieron el seso de un inmaduro Eduardo.
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No obstante, y salvo excepciones y paradojas, el panorama que se dibujó en aquellos años fue desolador. Eslava Galán nos cuenta cómo eran las 'tormentas de fuego' bajo los bombardeos aliados, torbellinos en cuyo interior se alcanzaban los 2.000 grados. Nos relata el siniestro trabajo de los Einsatzgruppen, unidades que se movían tras la Wehrmacht en el frente del Este y que se encargaban de eliminar a todo tipo de elementos hostiles, entiéndase partisanos, comisarios políticos, intelectuales, pero, sobre todo, entiéndase judíos. Nos recuerda los diarios de Victor Klemperer, que diseccionaron el nazismo y la evolución de la sociedad alemana a la manera de un entomólogo (para entender la destrucción del lenguaje durante el reinado del Führer, es imprescindible que lean su ensayo 'LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo'). Nos pone en el mapa la necesidad de recordar siempre los campos de exterminio con la durísima descripción de los gaseamientos, que dejaban las cámaras llenas de mierda y orina.
Esta enciclopedia es un documento importante, un antídoto en el tiempo en que otra corte de los milagros rusa está haciendo de las suyas. Para terminar, una recomendación personal, 'El castillo en el bosque', la última novela que escribió Norman Mailer, un libro estupendo que recrea la infancia de Hitler. Lo que no les voy a desvelar es quién la cuenta.
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