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Me parece aventurado anticipar resultados de esa reforma educativa que anuncia el Gobierno y tanto escandaliza. Lo digo porque conozco los de la educación basada en el esfuerzo y el sacrificio y me provocan más escepticismo que entusiasmo. Sobre el clima educativo, en general, hablaba ... hace varias columnas de desdramatizar el proceso y de evitar hacer penoso algo que debe aspirar a ser gratificante para ambas partes, emisores y receptores. En cuanto a contenidos, me temo que me pillan muy desfasado, pero expondré algunas extrañezas a partir de lo que yo mismo sufrí y presencié reiteradamente en generaciones posteriores. Sospecho, por ejemplo, que el estudio del idioma extranjero sigue sin conseguir que al final de todo el proceso educativo un alumno de notable sea capaz de seguir con naturalidad una película en inglés, la informática no acaba de sistematizarse como asignatura a lo largo de la enseñanza obligatoria y dentro de unas matemáticas, siempre hipertrofiadas, ha tardado mucho en entrar el área de las mismas más vinculada a la realidad social, la estadística. Me sorprende, por otra parte, que con la presencia invasiva que el derecho tiene en el país y siendo la aspiración de las primeras de la clase hacerse funcionarias, haya tan poco derecho en los programas educativos. Algo parecido podría decirse de la economía y las finanzas.
Y si de la capacitación para el futuro laboral pasamos al enriquecimiento personal del alumno, la otra pata del banco educativo, no reniego de la enciclopedia porque la variedad de temas es necesaria para abrir horizontes, pero creo que su evaluación no debería basarse demasiado en la memorización. Y, sobre todo, me parece lo más triste de nuestro sistema educativo el pertinaz analfabetismo musical español. Somos analfabetos musicales no porque no sepamos solfeo o hayamos oído poca ópera, sino porque se considera absolutamente natural que la inmensa mayoría de nosotros no sepa tocar aceptablemente un instrumento, cuando la música es, con diferencia, la más comunicativa y gratificante de las artes. Y lo digo yo que no me tengo, ni de lejos, por melómano y, encima, me dedico a lo que dicen ser, en su nivel más noble, otra de aquellas.
Y, finalmente, una cuestión ajena a programas y currículos, pero que impregna y condiciona toda la formación del alumno: qué miedo nos sigue dando hablar en público a los españoles y qué poco lo preparamos.Como si dirigirse a un auditorio fuera solo cosa de docentes, políticos o guías turísticas.
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