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Haciendo memoria –que, últimamente, no es lo que mejor hago–, creo que para encontrar la vivienda, como problema, al nivel de gravedad actual habría que remontarse a los años sesenta o primeros setenta del siglo pasado. Es decir, al subdesarrollo. Qué ha ocurrido para que ... en uno de los pilares básicos del equipaje vital –alimentación, vivienda, sanidad, educación– hayamos pasado de una discreta estabilidad a una estridente insatisfacción para tantos ciudadanos de infantería. Desde 2008 a 2010, crisis aguda en el sector, se han construido en España menos viviendas de lo habitual y, por otra parte, la euforia postpandemia incrementó el turismo, al que se destinó parte del parque edificado, con notable subida del precio de los alquileres, lo que determinó la actual escasez y encarecimiento de esa modalidad habitacional. La tasa de paro más alta de la UE y una creciente población inmigrante de problemática integración laboral completan el panorama concurrente en el problema.
Creo que la gravedad y la urgencia del actual problema de la vivienda requeriría de uno de esos pactos de época, hoy inimaginables pero siempre posibles entre políticos con más perspectiva que ambición ensimismada. Se necesita aumentar la oferta de viviendas, lo cual requiere incentivar al sector privado más que aburrirlo con burocracias crecientes porque el sector público nunca sería, por sí mismo, suficiente. Y se necesita, naturalmente, allegar crédito, en condiciones sociales.
Y, a todo esto, hay un factor sectorial desfavorable: hace algún tiempo que a las empresas constructoras les cuesta encontrar trabajadores, particularmente encofradores y albañiles. Mientras tanto, todo inmigrante necesita integrarse laboralmente para hacerlo también socialmente sin depender del auxilio público. Mediante el oportuno convenio público-privado de formación, se podría pasar de itinerante desconcertado a trabajador en grado de aprendiz e iniciar un camino cuya adecuada culminación necesitan tanto el inmigrante como el país receptor. Las condiciones laborales del sector, en concurrencia de sueldos razonables, no deberían disuadir a quienes, con desgraciada frecuencia, las han afrontado mucho peores y, precisamente, para llegar hasta aquí.
Y vale, es muy posible que el de la construcción no sea el trabajo más amable o más agradecido del momento, pero tampoco estamos hablando de la campaña de Terranova o de picar en la mina o, Dios nos libre a todos, de moderar una junta de vecinos.
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