La Europa vieja, culta y perezosa recela viendo lo que está por venir de la América poderosa, de donde antes venía el cómodo, repelente y fiable liderazgo, extensible a todo Occidente, que Estados Unidos ejercía tradicionalmente de modo un tanto primario y algo plasta, pero ... tranquilizador llegado el caso. Elecciones mediante, a partir de enero tal parece que la ensimismada Europa habrá de entenderse con un bruto o con un incapaz.
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Para empezar, en la preocupada Europa no faltan los émulos de Trump, la ideología trumposa progresa en todos los parlamentos y creo que a partir de la misma, o muy parecida, etiología en ambos continentes, que se resume en la desconfianza o el total rechazo del 'otro', es decir, del diferente, del extraño, cuando éste, no conforme con su acostumbrado papel de pobre lejano, compite ventajosamente o nos invade. Trump, y la extrema derecha europea, se asientan en la indigestión que amplias capas sociales del Occidente temeroso, y no precisamente 'los ricos', sufren respecto a la globalización en sus distintas facetas: la competencia de los países emergentes que van incorporándose a la producción barata y expansiva, tambaleo de fronteras económicas y la llegada, percibida como masiva invasión, de oleadas de desesperados, liquidación de las fronteras físicas.
En este ambiente, progresivamente incierto para la Europa acomodada, ni Trump ni Biden, cada uno a su modo, parecen prometer mayor tranquilidad. Qué puede esperar la confortable Europa de la caótica visceralidad incontrolada de uno o de la previsible insuficiencia física del otro. Y eso sin exagerar una coyuntura internacional poco tranquilizadora, Palestina, Ucrania y, siempre en conserva latente, un Taiwan vecino al potente crecimiento de China, la grande.
Pero el recelo europeo tampoco revela gran ansiedad. Será por pereza o será porque intuimos cómo funcionan finalmente las cosas. Veamos, ni Trump ni Biden van a gobernar. No, al menos, como ahora se les percibe. Trump, en el fondo un conservador, no va a poner nada trascendental patas arriba, si acaso Europa habrá de rascarse el bolsillo para costear su defensa. Biden será, llegado el improbable caso, la imagen de un equipo de asesores que sería, más bien, un equipo de gobierno. De cualquier forma, si la imagen que la más poderosa democracia de Occidente viene trasmitiendo al resto del mundo, a propósito de su próxima gran parada electoral, no es la de la Decadencia de Occidente que baje Spengler y lo desmienta.
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