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Que inventen ellos, dejó escrito don Miguel el cascarrabias, pero ahora oímos y leemos que faltan trabajadores cualificados en la hostelería, en la construcción, en el transporte, últimamente también en el metal. No basta decir pagadles más y aparecerán, porque el principio de realidad impide ... según que alegrías a las empresas, en España se compite más en precio que en calidad. A igualdad de los demás factores debemos ir admitiendo que, así como los españoles son renuentes a tener hijos, carga y responsabilidad, van siéndolo también a aceptar laboralmente sectores que implican determinados sacrificios de dureza, intemperie, horarios o desplazamientos. Además, los subsidios sociales a personas sin trabajo se acercan, en determinados casos, a lo que puede ser un salario mínimo y la burocracia inherente a estas situaciones no estimula el cambio del subsidio por el trabajo. Por cierto, a partir de un experimento piloto, en Finlandia se desestimó el subsidio generalizado al constatar que desincentivaba la búsqueda de trabajo. Lo cual no debe inducir a cuestionar la necesidad de un subsidio de supervivencia porque, dignidad aparte, no hay nada más antieconómico, colectivamente, que la miseria.
Por otro lado, en España se agudiza el problema de la inmigración masiva incontrolada, la isla canaria de El Hierro fue el último capítulo de una serie sostenida y sin indicios de reflujo. Esos emigrantes del hambre son lo más aguerrido de sus países porque vienen jugándose la piel y no a hacer fortuna con la sopa municipal o la manta de Cáritas. La inmensa mayoría de esta gente desesperada no viene buscando subsidios ni paños calientes, no aspira a adelantarte en la cola del ambulatorio. Ambiciona un trabajo normal en un país normal, lujo que no ofrece su medio de origen. Si, además de primeros auxilios, se organizara debidamente un sistema de integración laboral, en seis meses de adiestramiento y naturalización podrían ingresar como ayudantes o aprendices, trabajo real y sueldo real, en esos sectores desprovistos. Un par de años más de práctica y formación y volvería a haber encofradores, camareros, albañiles y camioneros. Y, sobre todo, habría personas integradas, razonablemente felices del desenlace de su aventura y no zombis deambulantes sin más horizonte que la triste caridad disfrazada de infracomercio en precario.
Sí, a mí también se me ocurren objeciones y dificultades. Pero, en principio, nada que parezca peor que la situación actual. Para unos y para otros.
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