En cuestión de 'Toros' fui espectador infantil, joven, adulto y veterano. He sido tres años comentarista taurino, de tono frívolo, en contrapunto con la seriedad rigurosa de la crónica vecina del gran Canal, he visitado ganaderías admirando el cuidado y el cariño con el que ... los ganaderos trataban al toro bravo, he hecho el ridículo, muleta en mano, ante más de una vaquilla, así que de antitaurino verás que no doy el perfil.
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El caso es que el espectáculo y el concepto de lo taurino, en amplio sentido, están ahora en cuestión a partir de dos factores recientes: la posible prohibición de la asistencia infantil al espectáculo y la supresión del premio nacional de tauromaquia que ha decidido el ministro de cultura Ernest Urtasun.
Cuando se dice que lo taurino forma parte de nuestra cultura se está aludiendo a dos posibles significados, relacionados pero no equivalentes: cultura costumbre y cultura excelencia. Lo primero es poco dudoso: lo taurino caracteriza a España, en mayor o menor medida según zonas, hasta ser un rasgo diferencial identitario del país. Pero la costumbre, ni siquiera en su versión más idealizada, la tradición, no se autojustifica por serlo, como prueban los autos de fé o la butifarra. Así pues, ¿Hay maltrato animal en la corrida de toros? Para el taurino, el toro es un tótem sacralizado, pero, retóricas aparte, al que se trata con toda clase de aceros hasta la muerte, es decir, algo no muy distinto, en el fondo, de lo que ocurre en el macelo. Objetivamente, y desde la óptica del toro, la corrida es cruel pero no más que el escalope. Hacer muchos distingos es pura hipocresía.
Pues bien, al margen de argumentos de entusiastas y detractores, la realidad previsible es que el espectáculo taurino está herido de muerte y en vía de extinción. Y no serán imperativos legales los que determinen el proceso y su culminación, sino la natural evolución de la sensibilidad social. La corrida de toros es incompatible con la percepción que la sociedad actual tiene de lo animal, por lo que es inevitable la progresiva defección de los públicos hasta que la decadencia económica dé en la práctica desaparición del evento, con agonía prolongada en muy determinados y comprometidos territorios, Andalucía, Pamplona y poco más. Por ello creo que por interesante que la polémica resulte –tantos argumentos, tanta exaltación, tanto lirismo- la economía de medios y energías aconseja dejar morir en paz, sin agobios ni presiones, a un enfermo que, como tantos otros en su situación, no sabe que lo es.
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