Sé de algún jugador de mus que, cuando las cosas van mal, aconseja provocar algún imprevisto -una bronca, una patada a la escupidera, un rezo en grupo…- que cambie el ambiente y corte la racha negativa. Supongo que hasta sus más fieles detractores le reconocerán ... a Sánchez un cierto talante aguerrido. El valor político -no necesariamente la valía- creo que lo ha acreditado enfrentándose más de una vez al aparato de su propio partido. Y ahora acaba de sorprender al mundo con el adelanto electoral, del que son unos cuantos los que dicen que era la única opción posible cuando, anteriormente, ninguno de ellos había ni aventurado tal eventualidad, porque a Sánchez se le supone tal ambición de permanencia en el poder que se da por inverosímil todo adelanto del riesgo de perderlo.

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Él había reiterado que agotaría la legislatura. Además, la próxima presidencia española del Consejo de Europa -de julio a diciembre- se prometía un refuerzo del perfil político de Sánchez, que fuera de casa se ve como pez en el agua, esa apostura exportable y ese don de lenguas. Y, finalmente, es casi un axioma que en política seis meses dan para mucho, puede pasar de todo, un meteorito, una pandemia. En fin, qué prisa tenemos.

Pues no. Sánchez entra en erupción y trata, tal vez, de que todos recordemos -él y su parroquia los primeros- sus viejas gestas, tan ciertas como previamente improbables. De momento ha conseguido varias cosas: la primera, aparecer como político lúcido -reconoce que el fiasco excede lo local-, responsable -se pone en el centro de la diana- y diligente -no espera a diciembre para rendir cuentas-; la segunda, lograr que pasados dos días de la debacle se hable más de la próxima elección que de la recién celebrada, para él nefasta; la tercera, evitar que la oposición le reclame, martillo pilón, lo que ya acaba de hacer; la cuarta, pillar a sus socios, y rivales, con el pie cambiado y sin tiempo de acabar de situarse.

Y lo último y nada menor: el órdago es para finales de julio, bochorno, vacaciones y puente de Santiago. ¿De verdad no se podía esperar a septiembre? No hay precedentes de elecciones generales en julio o agosto, lo cual no es irrelevante y, donde no se da puntada sin hilo, esto puede ser una forma de propiciar incertidumbre para ver de sacudir el bombo. ¿Qué debemos suponer que espera Sánchez de la insólita fecha proclamada? ¿Que los ricos estén de vacaciones?, ¿que se vayan de playa y no voten los despreocupados y los irresponsables, todos, naturalmente, de derechas?

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