A los padres constituyentes, redactores de la Constitución española, se les fue la mano en la gratuita y no correspondida generosidad con el País Vasco y Navarra. Y de aquellos polvos vasconavarros vienen los actuales lodos catalanes. Y la verdad es que han tardado mucho ... en reclamar igualdad de privilegios con vascos y navarros. La actual Constitución es consecuencia de la llamada Transición, un proceso de ruptura con el pasado dictatorial fruto del consenso y del acuerdo entre multitud de partidos políticos ideológicamente distantes. Algo difícil de creer desde la España actual. En este clima de entendimiento cedieron todos, cedió la izquierda y cedió la derecha, en la conciencia de una vinculación a un mismo futuro colectivo por resolver. Así que cedieron todos menos quienes no creían ni valoraban ese futuro común, no puedo evitar el recuerdo del gesto siempre desabrido de aquel siniestro Arzalluz Antia. Y, así, se atendieron anacrónicos privilegios, que dieron en el llamado cupo vasco y el convenio navarro, que propician que ambos territorios estén sobrefinanciados.
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Naturalmente, era cuestión de tiempo que el resto de los especiales exigiera lo mismo. Ya dice Montero, la ministra del gesto exquisito, que Cataluña debe tener un trato financiero «singular». O sea, si hoy los singulares son algo más de dos millones puede que pronto sean algo más de diez. Hagamos oficial la España de dos divisiones: en primera los españoles que no quieren serlo. En segunda, todos los demás.
Un estado serio, desacomplejado y consciente de sí mismo cortaría de raíz todo este chalaneo y jamás haría de ello el vergonzoso mercantilismo político que Sánchez practica. Y, más allá de coyunturas, un estado serio sometería a cualquier territorio díscolo a la prueba a la que, en justicia democrática, tiene derecho: referéndum de permanencia o no en el estado común –¿por qué necesariamente de secesión o 'autodeterminación'?–. Que decidan: dentro de España y nada de fueros, convenios ni singularidades, o fuera de España, fuera de la UE y fuera de la liga de fútbol española y con su deuda autonómica y la parte que les corresponda de la del estado. Perderían el referéndum en ambos territorios y estarían callados una temporada larga. Claro que tal estrategia requiere de dos condiciones imprescindibles: valentía política derivada de una potente conciencia de autosuficiencia española y una actitud de acuerdo global entre los dos grandes partidos estatales. Hoy no existen en España ni una ni otra.
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