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Parece que las cosas de Orlegi, en lo que se refiere a su negocio de Gijón, van entrando en caja. Porque digo yo, en mi ignorancia mercantil, que si gestionas un equipo de fútbol, por muchos flecos colaterales que el asunto pueda comportar, lo primero ... debería ser que lo del fútbol marche adecuadamente. Y debemos reconocer, con satisfacción de aficionado de lo más cautivo, que lo del fútbol en Gijón empieza a funcionar. Por primera vez en bastante tiempo parece que el equipo sabe a lo que juega, pese a esa estrategia defensiva, once bajo la lona en el área propia, y que el contrario llegue y que centre sin mayor oposición que ya despejaremos y si el rebote favorece al contrario no faltarán dos o tres cuerpos dispuestos a bloquear el tiro que, además, confiamos defectuoso y si no, al final está el portero. Esta estrategia de defensa en bloque bajísimo que mantiene el resultado incierto hasta el minuto noventa y pico está funcionando hasta ahora, los resultados acompañan, la suerte acompaña como una cuidadora abnegada y, en el peor de los casos, cabe esperar que los apuros de final de liga sean cosa del pasado. Lo de ganar un partido al Oviedo ya sería soñar.
Sobre lo anterior, lo de El Molinón como sede del mundial 2030, puede empezar a parecer no tan ilusorio. Al menos se ha abandonado la marcianada de mover el campo, que suponía contradecir la más elemental de las estrategias de intervención en edificios existentes cual es no menoscabar sus valores reconocidos, sean históricos, estéticos o sociales, que no era poca cosa, siendo el Molinón el campo en activo más antiguo de España, cualidad, por cierto, significativa de cara al objetivo pretendido. Ahora bien, sigue siendo mucho más lo que se ignora que lo que se sabe en esta materia. Parece ser que en España quedan dos o tres sedes por adjudicar para las que compiten al menos siete candidatos, todos ellos necesitados de obras de ampliación de aforo. Y por aquí parece que es, precisamente, la propia obra y sus efectos mercantiles complementarios lo que da cuerpo y consistencia económica a la iniciativa, mucho más allá de esa supuesta y siempre hipertrofiada cascada de caudales de fortuna urbana que suele atribuirse ilusoriamente a esta clase de eventos.
En todo caso y hasta mayor definición del proceso se me ocurren al menos dos preguntas: qué se espera del sector público, beneficiario final de la inversión, y cómo se piensa vitalizar un aforo de cuarenta mil espectadores cuando, en la actualidad, cuesta meter a la mitad.
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