La inapelable realidad de la competición va poniendo implacablemente al Sporting donde a su plantilla le corresponde. No sé de fútbol más que lo que veo por la tele, partido a partido, y parezme a mí que la antedicha plantilla del equipo local no es ... para aspirar a ningún ascenso, sino para esforzarse mucho, pero mucho, en no pasar apuros de cara a la permanencia. Como no soy cronista, ni analista, ni hagiógrafo puedo ser impertinente.
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Renuncio, pues, al análisis pormenorizado de los actuales integrantes del equipo porque sobran expertos, en este mismo diario, para hacerlo mejor que yo. Pero, no obstante, sí cabe decir que el juego del equipo transmite una combatividad ardorosa pero plagada de imprecisiones, fruto de las limitaciones técnicas de media plantilla larga. Incluso quienes pasan por aventajados, dentro de lo que hay, Nacho Méndez y Gelabert, son la irregularidad con botas. En la delantera ejercen un par de galeotes aprovechables, Otero y Dubassin, casi más por sacrificados y esforzados que por otras virtudes y lo más preocupante puede ser que, entre lesiones y decadencias, el centro de la defensa no acaba de asentarse en la imprescindible solvencia y si faltaba algo, el portero que estaba notablemente por encima de la media viene, últimamente, frecuentando errores que son goles en contra, un dolor. Estos mimbres no dan para cestos brillantes pese al esfuerzo que el equipo derrocha generosamente –el Sporting suele cometer siempre más faltas que el contrario– y llega a esos finales actuales de partido, con descuentos que parecen prórrogas, con las fuerzas menos que justas.
La actual dinámica es para olvidarse de ascensos y tomarse en serio una permanencia que, no ganando en casa, estaría en el alero, incluso empatando fuera. De momento, nadie cuestiona a un entrenador muy bien recibido por la afición, pero tal como van las cosas es de temer que o endereza el rumbo del equipo más pronto que tarde o se le acabará el crédito contra todo pronóstico. Y para acabar es dolorosamente inevitable decir que quien ya no tiene crédito alguno, al menos a mi impertinente criterio, es la entidad propietaria del club, Orlegi sports, y su presidente Alejandro Irarragorri. Ambos transmiten un compromiso muy tibio, incluso distante y como de carácter experimental, con un club que no es de ayer por la tarde, un club que tiene una historia y, sobre todo, que tiene una afición que propietarios y dirigentes están haciendo muy poco por merecer.
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