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A los responsables máximos del gobierno municipal local en el pasado mandato se les reprochó con frecuencia la mucha ideología que, presuntamente, era el desencadenante ... de medidas extremadas e impopulares: el ilegal cascayu, la guerra al coche privado, el ridículo que la alcaldesa Ana afrontó, no por prohibir los toros en Gijón, sino por la estúpida justificación con que quiso vestir la decisión. Como si la ideología fuera una componente contaminante, incluso degradante, de la acción de gobierno, la culpable de todo lo malo. ¿Puede haber políticos sin ideología? En la izquierda, difícilmente, no hay más que observar que el reproche citado suele ser siempre a políticos de izquierdas. En la otra banda claro que también hay ideología y si algún político se proclama al margen, o por encima de la ideología que le toca, es fácil saber cuál debemos atribuirle, del mismo modo que el ateísmo es una forma más de situarse ante la religión.
Dice Jorge Moruno, sociólogo que milita en Más Madrid, que la ideología es «aquello que viene dado y no se pone en discusión». Pero ninguna ideología te obliga a la chapuza -'sólo sí es sí'-, al despropósito -'ley trans'- o a la majadería -los nombres de dos toros como suprema y proclamada razón de la prohibición-. Y quien incurre en tales desatinos lo que se espera que haga, recuperada la lucidez, es asumir su destino y retirarse antes de que te rechacen o te retiren. Que la ministra Montero -la lista, no la andaluza- no entienda esto cuadra con su capacidad y su desempeño, pero no así en el caso de la alcaldesa Ana, para la que habría debido ser patente, como lo fue para sus compañeros de partido, como para toda la ciudadanía votante, que su presencia al frente de la candidatura municipal hubiera conducido a su partido a un descalabro de proporciones históricas.
A escala del Estado, alguien no comprende que después de gestionar -mal que bien, en lo sanitario y en lo económico- lo de la imprevisible pandemia, después de la ley de la eutanasia, después de medio enderezar la economía, reduciendo el paro -fijos discontinuos aparte- y medio controlando la inflación, después de alcanzar máximo de cotizantes a la Seguridad Social y, sobre todo, después de subir espectacularmente el salario mínimo y de revalorizar las pensiones, se le haya propinado tal castigo electoral el pasado 28-M. Alguien respondería: es que no solo «es la economía, estúpido».
Es evidente: son las alianzas tóxicas, 'el precio del poder', las que pueden llevar al PSOE precisamente allí donde Sánchez lo encontró.
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