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Desde que la noche del 23-J la ministra Montero exhibiera aquél júbilo axilar de balcón saltarín que asombró a España, la investidura de Pedro Sánchez era ya un hecho. De entonces acá, meses de pamema y paripé. Pura comedia para feligreses disfrazada de negociación, ... porque todos los negociadores de la fingida negociación temían y temen a unas nuevas elecciones como a una peste que podría dejarlos descolocados y a merced de ese 'fascismo' sin camisa, sin correajes, sin líder carismático, sin corporativismo y sin represión al que tanto tememos y tan rentable resulta políticamente para los conglomerados de 'progreso'.
Pero claro que sí, claro que uno puede cambiar de estrategias coyunturales -subir o bajar impuestos, por ejemplo- o, incluso, de aliados. Menos plausible es cambiar de principios, entendiéndolos en términos de ética política, pero tal cosa no puede reprochársele a Sánchez que nunca ha tenido ninguno. Peor aún es la volatilidad en materia jurídica -lo que hoy es inviable por inconstitucional deja de serlo mañana mismo sin mediar cambio alguno en la legalidad vigente- que viene a equivaler, en dominios más serios que el jurídico, a suspender la ley de la gravedad o las reglas de la aritmética y seguir operando como si no hubiera pasado nada. En el Derecho, en su dominio político, parece regir el teorema de Groucho traducido a términos jurídicos: esta es la legalidad vigente pero si no le gusta podemos aplicar esta otra. En dominio tan volátil y 'filosófico', es decir, tan falto de verdadero rigor, nunca faltará un jurista de guardia, de reconocido prestigio, que constitucionalice lo que hasta ayer mismo era, incluso para sus actuales beneficiarios, inequívocamente inconstitucional. He oído por ahí que la constitucionalidad de la acordada chapuza transacional puede depender de la exposición de motivos de la ley que la regule. ¿Motivos? Sólo hay uno, el único que no aparecerá en el preámbulo de la ley: necesito esos votos.
España es un país singular. Es el único de Occidente que no solo indulta a sus delincuentes políticos mientras prometen reincidir, los amnistía sin que medie cambio de régimen ni de legalidad. Es decir, borra el delito y pide perdón al delincuente, admite sus crímenes represivos de Estado, neutraliza la acción de la Justicia, paraliza y contradice toda su actuación jurídica de los últimos años, reconoce, dignifica y honra al delincuente. Esto sí que es reinsertar al delincuente con la debida convicción. Aprende Europa.
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