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En España el derecho a la vivienda es un derecho proclamado, no un derecho efectivo. Para que el valor de uso de la vivienda no se vea seriamente restringido por su valor de cambio, o sea, para que el inclemente mercado no impida a grandes ... capas de población acceder a la vivienda necesaria, algo hay que intervenir en el mercado. No inventamos nada, siempre existió la vivienda de protección oficial, tanto de promoción pública como de promoción privada. La vivienda pública, de carácter social, siempre fue ejecutada por el sector privado y, cosa curiosa: nadie dudó nunca de que esas viviendas fueran, efectivamente, públicas, pese a que encofradores, albañiles, electricistas, fontaneros y técnicos, en general, no cobraran sus nóminas del erario público, ni esta variada gama de profesionales se manifestó nunca exigiendo la equiparación con sus colegas del sector público, ni éstos desacreditaron nunca ni el producto ni el servicio de las empresas privadas concurrentes denunciando la 'privatización' del sistema. (Todo esto es lo que sí ocurre en sanidad cuando se plantea la colaboración entre el sector público y el privado. ¿Álguien teme comparaciones entre costes y resultados?).
La vivienda 'protegida' casi cayó en desuso, arrollada por la euforia de los años del cambio de siglo, pero la realidad social actual está reclamando algún grado de revitalización del modelo, porque irrumpir en el mercado desde el sector público puede ser la forma económicamente menos artificiosa de socializarlo y siempre preferible a normativas conminatorias o coactivas con riesgo de efectos secundarios paradójicos.
Caso particular es el de la vivienda de alquiler que, en España, tiene muy difícil generalización como opción permanente por, al menos, tres causas que nos son peculiares: el pacto de alquiler requiere un ambiente comercial serio, propio de países anglosajones donde las deudas entre particulares son sagradas, y no nuestra frecuente vaina latina en la que ambas partes tratan de esquilmarse mutuamente. Este ambiente social insano lleva a una oferta escasa y prohibitiva, resultando que la renta acaba igualando al coste mensual de la hipoteca. Y, finalmente, la muy escasa voluntad de movilidad social de los españoles, al parecer encantados cada uno en su ambiente social, restringe también las opciones del alquiler. Pese a todo ello el alquiler sería posible en España a partir de una oferta pública nutrida y razonable que enfríe el mercado. Algo que no se consigue de un día para otro ni sin ponerse a ello desde una visión de largo plazo.
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