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Sencillamente, hay cosas que no se pueden hacer. Yo no puedo irrumpir en casa ajena sin la conformidad de sus usuarios, hay leyes que lo impiden, aunque vaya cargado de buenas intenciones o, incluso, de la mejor quincalla ideológica. Por lo mismo, no puedo entrar ... en casa ajena cargado de decibelios contraviniendo normas y reglamentos vigentes por muy vecinal o muy de barrio que sea la mercancía sociocultural que pregono y ofrezco, como ocurrió en el aquelarre del 'solarón' de Gijon el pasado fin de semana. Las excepciones a la normativa vigente en esta materia, que afecta a la protección de la salud (sí, sí, de la salud) y al equilibrio síquico del ciudadano en relación con el ruido, han de estar muy dosificadas y limitadas en la duración o la intensidad. Estas presuntas excepciones no se justifican ni por la altura de la finalidad proclamada ni por la noble identidad de los solicitantes. Pues bien, sin entrar en lo que puede suponer el exceso de ruido a hora diurna, lo de la megafonía invasiva a hora nocturna no tiene discusión para cualquiera no embrutecido por lo más bajo de la politiquería usual, es una ilegalizable agresión a la libertad y a la salud (sí, sí, a la salud) de quien la sufre. Y resulta, además, que si vamos a eso tan socorrido de las mayorías –que para vulnerar derechos sólo se aplican en regímenes dictatoriales–, en este caso operaron al revés: fue la presunta diversión de cientos la que arruinó el derecho cierto a la no invasión decibélica de miles.
Pero lo que hace más odiosa la agresión cometida es su estupidez gratuita, porque lo más dañino pudo haberse evitado sin suprimir la fiesta, sencillamente dimensionándola a medida razonable, a saber: una megafonía dirigida a alegrar a los cercanos en lugar de a intentar atraer a los lejanos, la estridencia desaforada terminada pongamos a las doce de la noche porque, además, la fiesta de mañana nunca lo es para todos. Pero no, se estimó, al parecer, que los miles de vecinos de 'el solarón' eran menos vecinos que los demás y debían sacrificar sus derechos, su reposo y su salud (sí, sí, su salud) en el sagrado altar de la vecindad que preside el que dice ser y llamarse Manuel Cañete Pantoja, con la complicidad consentidora de la conocida como María del Carmen Moriyón Entrialgo.
Daña más un necio que un criminal. No tengo la menor duda de que lo cometido el pasado fin de semana en 'el solarón' fue un crimen, en sentido amplio y literal. Pero ni se me pasa por la cabeza que los aludidos sean criminales.
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