Por supuesto que no votamos racionalmente. Casi todas las pertenencias que nos retratan y nos definen tienen una componente emocional determinante, la adscripción política y el consiguiente voto no son una excepción. En este caso, yo soy de izquierdas, yo soy de derechas y, por ... mal que lo hagan los míos, podré llegar a abstenerme, pero jamás votaré a esa otra chusma. Esta actitud, que no me atrevo a extender a la mayoría de la población votante española, es más sectaria que doctrinaria porque no alude tanto a ideas o filosofías como a identidades sociales, imaginadas, en casos extremos, con los atributos caricaturizados del tópico correspondiente: el puro encendido con el dólar o la dinamita con la mecha a punto. Y, sobre todo, es actitud intelectualmente perezosa, porque para qué tomarse el inmenso trabajo de razonar para justificar ante uno mismo y su trayectoria electoral de toda la vida un cambio de voto tan excepcional, yo que nunca he votado a esos impresentables.
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Hay, por el contrario, un bloque de electores no adscritos, que no llevan la pertenencia en la frente y que tratan de votar, en la medida de su capacidad, más o menos analíticamente. No son necesariamente centristas sino, más bien, independientes. Pueden inclinar la balanza hacia uno u otro de los bloques o de los partidos aspirantes a gobierno y, en tal sentido, suelen ser quienes deciden las elecciones. No son mayoría, precisamente porque este perfil de votante no cautivo se ve muy limitado por la confortable pereza intelectual dominante.
Finalmente existe un fenómeno, ciertamente infrecuente, que aparecería en casos excepcionales: el del cambio del voto habitual hasta transferirlo no al partido o a la tendencia vecina, sino a la de enfrente, algo que va mucho más allá de la mera abstención. Este tipo de defecciones no deriva de discutibles fallos o fracasos de gestión, siempre disculpables en los míos, sino de la percepción de que los míos las han armado muy gordas esta vez, de que han arrasado muchas líneas rojas; en suma, de que los míos ya no son los míos, lo que no significa que no puedan volver a serlo. Esta actitud de cambio brusco puede derivar tanto de la reflexión como del cabreo y me atrevo a suponerla más frecuente, dentro de su escasez, en la izquierda que en la derecha. Pudiendo existir en ambos lados del abanico, en la presente convocatoria me ha parecido observar que el único partido que puede estar en trance de sufrir el fenómeno es el del actual gobierno. ¿Por qué será?
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