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No desespero de acabar por lograr hacerme al lenguaje diplomático; aún mejor, a la actitud diplomática, porque comprendo que el distanciamiento y la contención cuadran con la madurez y con la pereza propias de la edad. Lo intento, no termina de salirme, pero persevero, será ... cuestión de tiempo y entrenamiento. Así que entiendo lo de Sánchez en Israel, aunque, en su caso, no se tratara de un pronto o un arrebato, sino de una lección bien aprendida y, a mi imprudente juicio, expuesta donde y ante quien correspondía. Ya sé que las relaciones entre países deben desarrollarse en términos diplomáticos porque, dicen, los países no tienen ideales sino intereses. Claro que sí, pero esa estrategia sólo debe aplicarse noventa y nueve veces de cada cien. Y esta vez era la otra. Y si Sánchez iba a la guerra como dirigente de turno de la Unión Europea, más que como presidente del Gobierno de España, con más razón, porque, sobre miles de muertos, Europa debe asumir su papel, más de autoridad que de poder, y hablar claro y decir a cada uno lo suyo.
A Hamás poco hay que decirle, no es necesario insistir a diario en una condena que es estructural y permanente. Tampoco va a decirle a Israel cómo y con qué intensidad debe defenderse cuando el objetivo de sus enemigos es «echarlos al mar» y su estrategia pasa por utilizar los hospitales como tapadera de túneles militarizados.
Pero es pertinente que Israel escuche voces cercanas, de su misma cultura occidental democrática, que contribuyan a sacar a sus dirigentes de su ensimismamiento bunkerizado, aunque les incomode. Son muchas décadas de prepotencia y de abuso sobre la comunidad palestina, de ocupación de territorios ajenos y de caso omiso a resoluciones de la ONU por parte de Israel. Y a Israel, que son los nuestros y que, como sociedad, tiene todas mis simpatías, sí hay que decirle, sin paños calientes, lo que hace mal. Porque sus excesos no suponen simplemente una escalada en la tensión de la zona, sino miles de víctimas inocentes y, además, porque ante dos comunidades enfangadas en odios mutuos, que anclan y se alimentan de libros sagrados que hablan de sacrificios y venganzas, la posible solución va a tener que venir del exterior y, probablemente, impuesta. Y si Netanyahu tiene alguna propuesta de paz sería diferente de la creación y reconocimiento de un Estado Palestino que la manifieste.
Y la llamada a las embajadoras y toda esa gestualidad impostada de tú me acusas y yo rechazo, es irrelevante frente a miles de muertos. Quincalla diplomática.
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