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Mi generación, y las siguientes, no saben de guerras. O saben de guerras de telediario pero no de guerras de hambre y refugio. Para nosotros ... la guerra propia era un concepto de libro de historia y la guerra en presente era un concepto geográficamente lejano, o sea la guerra era cosa de otro tiempo o de otro lugar. Por eso nos cuesta afrontar el asunto, como no nos lo acabamos de creer ni siquiera lo empezamos a asimilar. Estábamos convencidos de que Europa, la vieja y muy guerreada Europa, había entendido e interiorizado la lección para siempre: ganar una guerra era un desastre muy poco peor que perderla.
Bien, creo que todos en Europa estamos convencidos de lo anterior. Es decir, desde las buenas gentes que «laboran, pasan y sueñan» hasta las malas gentes que «caminan» tienen muy claro que hay cosas que no se hacen, hay juegos que no se juegan, hay rayas que no se pisan. Sencillamente porque, en el mejor de los casos, hacerlo es siempre un mal negocio, incluso para el supuesto ganador. Hay excepciones en este convencimiento. En todas partes hay fanáticos, también en Europa. Son inofensivos cuando no pasan de la mesa del café. En las democracias corruptas e ineficientes de Occidente estos individuos no alcanzan más presidencia que la de la comunidad de vecinos o, como mucho, del sindicato gremial. El problema surge en regímenes autoritarios, todo el poder para el jefe, en los que dicho jefe tiene muy escaso control ajeno. Es el poder, la cantidad de poder, lo que diferencia a Putin de la caterva inofensiva de justicieros concienciados con cuentas pendientes que saldar. Putin no parece estar conforme con la historia ni con la geografía y tiene poder. A la larga el problema no será Ucrania, ya sentenciada, pero qué pasaría en el caso posible de las repúblicas bálticas que son Unión Europea. Por eso hay que armarse hasta los dientes para disuadir, me responderán. Pero hasta qué punto es eficaz el armamento cuando falta el ardor guerrero que lo acompañe y, sobre todo, si esto lo sabe el propio Putin. Puede que renunciar a un concienzudo rearme, como quiere la izquierda angelical, sea un suicidio pero yo casi preferiría que se tanteara a la Rusia tolstoiana, que algo de ella quedará, acerca de la posibilidad de su futuro ingreso, o vecinazgo, en la Unión Europea. Inverosímil, impertinente, contraproducente. Ya lo sé, pero las alternativas que se vislumbran me gustan muy poco. Como dijo otro cobarde con el que me identifico prefiero una mala paz que una buena guerra.
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