A mediados del mes pasado, con ocasión de la constitución de las Cortes, se ha vuelto a reproducir el habitual sainete que un creciente número de diputados viene protagonizando mediante las fórmulas con que aceptan el cargo, que más allá de jurar o prometer «acatar ... la Constitución», se adornan con expresiones más propias de programas electorales -por la libertad de, por la lucha de, por imperativo legal hasta que…-, sin eludir propuestas abiertamente inconstitucionales como la independencia de territorios del Estado. El Tribunal Constitucional ha validado estas jaculatorias irregulares y cabría pensar que lo que vale para los representantes de los ciudadanos vale, con más razón, para éstos mismos en sus comparecencias ante los órganos de la Administración. Así que es de suponer que, en cualquier juicio, el testigo de turno podrá jurar o prometer decir verdad por sus muertos, por sus glándulas o por imperativo legal hasta que sean sustituidas las actuales promociones de jueces ineptos, dicho sea a modo de ejemplo disruptivo y sin ánimo de dar ideas. Y así en las variadas ocasiones en que el ciudadano comparece y dice ante la Administración.
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Aquí ya nada sorprende demasiado, los partidos políticos con representación parlamentaria se 'prestan' diputados para que los socios minoritarios alcancen el grupo parlamentario propio al que, en principio, no tienen derecho y, con él, ventajas administrativas y económicas, incurriendo en lo que para cualquier observador desprejuiciado y sanamente desasesorado no es otra cosa que un clamoroso y desvergonzado fraude de ley que, en la medida en que redunda en incremento de gasto público sospechoso de ilegitimidad, entra en lo que el pueblo llano llama, en su cándida ignorancia, «robar», ni más ni menos. La malversación de la voluntad democrática del votante, que el cambalache prestamista supone, se comenta sola.
Al margen de las anteriores corruptelas, el nuestro nunca ha sido un país excesivamente austero en modos y maneras, tanto de administradores como de administrados, por lo que la irrupción de patanes en altas magistraturas es incidencia que no debe sorprender y el fútbol es un medio proclive al fenómeno, según se desprende de ostentóreos precedentes. Consuelo de tontos, pero en la 'primera democracia del mundo' el gran patán ejerce con irrefrenable desparpajo y es difícil predecir si está más cerca de la cárcel o de la Presidencia del estado. Al menos a nuestro patán no le apoya la mitad del país. Lo dicho, un consuelo.
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