Pocas colectividades nacionales tendrán mejor sintonía y más plácida relación que argentinos y españoles. Sin haber tenido gran experiencia de trato ni acceso a mayores prospecciones demoscópicas en la materia, creo que no es aventurado admitir que españoles y argentinos nos caemos mutuamente bien. Es ... más, creo que hasta nos hacemos gracia. Pues bien, ya sabes cómo están las cosas entre los dos máximos gobernantes de ambos países. Cómo es posible que no habiendo problemas serios entre ambas colectividades, nuestros líderes hayan llegado a lo que han llegado. Es fácil recapitular, todo es tan reciente como peregrino: un ministro español le falta gratuitamente al respeto al presidente argentino y no ve razón alguna para presentar una mera disculpa mínimamente creíble. El argentino se deja caer por aquí y, de forma atropellada y desinformada, la emprende con la mujer del presidente español atribuyéndole procesos judiciales que, al menos de momento, sólo existen en su imaginación.

Publicidad

Decía, pocas columnas atrás, que viene siendo una perversión progresivamente frecuente el hecho de que los políticos se ocupen cada vez más de sus propios problemas de políticos, y cada vez menos de los auténticos problemas de los ciudadanos. En el actual lío diplomático que comento tenemos un ejemplo más grotesco que grave, lo cual no resta descrédito a los responsables. Ellos solos la han liado. No han necesitado ayuda de nadie. No había un problema previo entre ambos estados. No había nada que resolver. A un político se le puede reprochar que no sea capaz de resolver los problemas reales existentes porque está para eso, que nunca es fácil. Pero qué decir de políticos que se dedican a crear problemas allí donde no existían. Pues en eso estamos en este caso.

Los antiguos griegos llamaban idiotas a quienes sólo se ocupaban de sus asuntos privados sin atender a los de la colectividad, es decir, los de la 'Polis'. Los idiotas eran desacreditados como egoístas e insolidarios. Cabe preguntarse cómo llamarían los antiguos griegos a individuos que, investidos de la responsabilidad de gobierno para atender y resolver los asuntos de la Polis, en este caso en el preciso ámbito de las relaciones entre estados amigos, no sólo no afinan lo que nunca se presentó como problemático, sino que, en un delirio infantil de mutuo ombliguismo, son ellos y sólo ellos quienes crean el problema. En fin, no sé cómo los llamarían. Mi griego, más que pobre, es del todo indigente.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad