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Quien osará medir el dolor ajeno. Ni el físico ni el anímico. ¿Será mayor el dolor de quien pierde a una persona próxima, víctima de ... la violencia, según el apellido de esa violencia? ¿Duele más perder a tu padre o a tu hijo en un acto terrorista que en un atraco? ¿Es mayor el ansia de justicia en un caso que en otro? Con las cautelas propias de quien no se ha visto jamás en tales tesituras, yo respondería negativamente a esas cuestiones. Venga de donde venga, la pérdida es siempre la pérdida: irremediable, profundamente injusta e irreversible. Y en la misma línea argumental, ¿recibirá un mayor consuelo, percibirá una mayor satisfacción por el daño recibido el familiar o el amigo de la víctima si el culpable cumple treinta y dos años de cárcel que si cumple veintisiete? Sigo intuyendo, casi más bien sintiendo, que no.
Nuestra sociedad ha acotado la cuantía de los castigos, que se suponen más corrección que venganza, entre otras razones consciente de lo limitado del consuelo que el castigo del culpable procura a las víctimas. No se ejecuta a nadie por brutal que haya sido su crimen, ni se le condena a cadena perpetua ni se prevé un período de cárcel mayor de treinta años. Europa aspira, en este ámbito como en tantos otros, a constituirse en espacio común. En consecuencia el derecho europeo aspira a ser un derecho común y será deber de los estados europeos asumir la convergencia en tal dirección con las negociaciones propias de cada caso. A lo que voy con todas estas vueltas es a que es de justicia adecuarse, en la aplicación y el cumplimiento de las penas, a criterios europeos vigentes que apuntan al espacio europeo como espacio jurídico unitario. Y si hablamos de penas de treinta años ya sabemos que los posibles beneficiarios de la medida no serán el contable desenvuelto o el conductor imprudente, sino diversos tipos de individuo sangriento, etarras o no etarras. En suma, que si en derecho es de justicia, para mí lo verdaderamente reprochable al Gobierno es que esa medida acerca del cómputo de penas, que beneficia a algunos etarras, no se haya tomado antes. Y, eso sí, con la discreción y la objetividad propias del ámbito jurídico en el que se debe producir.
Y lo verdaderamente obsceno, hasta lo repugnante, es que un asunto de esta naturaleza, que trae de origen tanto dolor y tanta pena, haya pasado al plano político como un elemento de trueque más para un impresentable trapicheo más.
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