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Parece ser que en Ghana, país africano que pasa por ser una de las pocas democracias del continente, existe un movimiento social que aboga por la recuperación de la ablación del clítoris. Lo apoyan clérigos musulmanes partidarios de la «conservación de las tradiciones». Sin ir ... tan lejos, aquí mismo algún que otro violador convicto declara, de buenas a primeras, sentirse mujer y, ante las posibilidades que le ofrece la vigente ley Trans, que prescribe que el individuo sea tratado según el 'género' proclamado, reclama ser internado en una cárcel de mujeres. Dos situaciones diferentes, de culturas actuales distintas, que tienen en común componentes aberrantes, intrínsecamente siniestros en Ghana, más bien grotescos en España. Y si los comento juntos es porque comparten, en su común dislate, un aspecto notable: el disparate, en ambos casos, no deriva de la ignorancia, todo lo contrario. Lo provocan gentes ilustradas y, en el caso europeo, calificadas de progresistas. En esencia son asuntos muy diferentes. Pero ni los clérigos musulmanes ni los legisladores occidentales de la ley Trans entran en la categoría de lo que solemos entender por 'ignorantes'. Unos y otros son gente cultivada, o, cuanto menos, saben de lo suyo hasta el grado de especialización en lo que tratan. Esos saberes no les bastan, a unos para dejar de apoyar la más salvaje tortura sobre un ser humano, ni a otros para dejar de legislar al absurdo, priorizando sus entusiasmos ideológicos sobre la biología, que, no olvidemos, tiene más de ciencia objetiva que de metafísica opinable.
Todo esto lleva a una conclusión nada original, desde luego, pero poco difundida: la ignorancia suele perjudicar, sobre todo, a quien la sufre. Lo verdaderamente dañino, socialmente, no es la ignorancia sino el mal saber. Los clérigos y los legisladores aludidos no ignoran, más bien saben mal: su educación no precisaría ampliar conocimientos sino algo más difícil para quien ha abolido, no ya la autocrítica, sino la mera duda: desaprender.
La ley Trans es una invitación a negar la biología y podría ser un mero delirio pasajero si no fuera porque la ideología woke que la sustenta opera, allí donde arraiga, como dictadura ideológica que no admite réplica ni discusión. Y lo más grave es que no se detiene ante los menores de edad, a los que parece invitar a elegir 'género', ignorando el sexo. En Estados Unidos es ya una plaga difícilmente parable. Aquí no ha hecho más que empezar.
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