Un ciudadano de un municipio asturiano de mediana cuantía demográfica consulta en su Ayuntamiento acerca de una pequeña obra que pretende realizar. Su interlocutor municipal le indica que efectúe una 'declaración responsable' y realice la obra. Hecho lo cual, al cabo de unos días los ... servicios técnicos municipales le conminan a que presente una determinada documentación técnica cuyo importe excederá, con mucho, el de la obra realizada. No entraré en cuál de los dos interlocutores municipales tiene razón y no me sorprendería nada que la tuvieran ambos, así como doy por descontada la buena fe de todos los intervinientes. Solo señalo algo sorprendente, generalmente inadvertido y sencillamente terrorífico: un concurso de buenas voluntades resulta en un mal, consistente en que un ciudadano prudente y respetuoso de la legalidad acaba liado, confundido y económicamente perjudicado por la instancia que debería estar para todo lo contrario, para orientarle en la gestión de sus intereses legítimos.

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No recuerdo el autor de un dicterio que cito muy libremente para apoyarme en él: «En todas partes los buenos suelen hacer el bien y los malos el mal. Pero para que los buenos hagan el mal hace falta la religión». Yo diría que aquí y ahora sería más cierto decir que para que los buenos hagan el mal basta la burocracia. La burocracia es como el sobrepeso, esos kilos de más que aquejan a Occidente, de los que todo el mundo abomina, pero con los que se prefiere convivir antes que enfrentarse realmente a su eliminación. Y si no es así, fíjense en un detalle: es casi un tópico reprocharle al gobierno de turno, desde la oposición, la escasez de leyes aprobadas en el correspondiente mandato, como si tuviéramos poca normativa con la que encauzar nuestras vidas hacia la discreta felicidad a que aspiramos. Pues bien, según la CEOE el año pasado se emitieron casi mil doscientas nuevas normas, bastante más de un millón de páginas en boletines oficiales. No quiero ni pensar en el incremento de bienestar que tal oceánica nueva regulación nos aportará.

Sueño con titulares surrealistas y subversivos: el año pasado se derogaron mil doscientas normas vigentes, se fusionaron nueve de cada diez, se redujeron tres de cada cuatro, se ha evaporado más de un millón de páginas de leyes y reglamentos. Despierto inquieto, atribulado y culpable. Mi sueño apunta a un mundo absurdo y primaveral, un mundo sin abogados. Y entonces, arrepentido y contrito, me encomiendo al fado: 'que Deus me perdoe'.

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