No ha pasado nunca, que yo recuerde, que ante la perspectiva de una posible subida del salario mínimo interprofesional, alta o baja, un representante de la patronal manifieste acuerdo o conformidad. «No es oportuna, no es el momento, aumentará el paro», se alterará el equilibrio ... de las esferas. Luego, ejecutada la subida, alta o baja, no ocurre nada de todo eso. Es más, como es lógico, puede aumentar el consumo y, de paso, el empleo. Para el gobierno de izquierda de los últimos años las sucesivas subidas del SMI son un triunfo y una justificación moral de una política que, proclamada progresista, hace el caldo gordo al racismo sabiniano del PNV y al suprematismo catalanista no sólo de Junts. Pactamos con quien sea, nos dicen, para poder subir las pensiones y el Salario Mínimo y quien lo discuta entrará en algo tan volátil como el juicio de intenciones. Lo más curioso del SMI es que sus subidas las capitaliza quien las decide y las paga quien las rechaza, es paradójico, maravillosamente paradójico y políticamente muy rentable.
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De otra parte, parece que Gijón resulta apetecible para determinadas iniciativas empresariales relacionadas con los pilares del estado de bienestar. Se quiere implantar una emblemática clínica privada y, últimamente, se habla de la Universidad Europea, que sería la primera de su especie en Asturias. En estos casos son otros los cimientos que tiemblan y otros los dioses agraviados. Se ha levantado el coro de denunciantes cuyo argumentario parece resumirse en que toda iniciativa privada perjudica gravemente a su paralela iniciativa pública. La medicina privada daña a la medicina pública y similarmente la enseñanza. No recuerdo razonamiento alguno que abone tales afirmaciones pero las movilizaciones contrarias a las privadas pretenden sustentarse sobre el interés común de la mayoría. Veamos: en principio, las privadas se sostienen sin subvenciones, aligeran de carga a las públicas y no compiten más que en oferta, con la ventaja para la pública de su gratuidad y su indiferencia ante los resultados económicos que, para las privadas, son condición de subsistencia. Ambos sistemas coexisten sin desvirtuar sus esencias, es decir, la menor productividad y diligencia de la pública no impiden ni estorban las mejores condiciones laborales y económicas de quienes trabajan en ella. ¿Entonces? ¿Será que se temen las comparaciones? ¿O es tremendamente impertinente para el sistema soviético que alguien pueda hacer más, más barato y encima ganar un duro?.
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